Hablando de las verdades del
barquero y dejando a un lado si son tres o cuatro según las diversas fuentes,
lo primero y principal que impresiona a quienes las lee es la evidencia de lo
que afirman, la justificación y la certeza de lo que significan, que sean, como
se dice en el cuento, realmente “verdades de puño”, indubitables. “Pan duro,
duro; vale más pan duro que ninguno”. “Verdad”, dijo el barquero” es una
versión de la primera verdad, mientras que otra propone: “de paja o de heno, el
vientre lleno”, que en realidad viene a ser lo mismo más o menos. Y la segunda
anda por los mismos derroteros: “zapato malo, malo, más vale en el pie que no
en la mano”. Y “también es verdad”, aseveró el barquero”.
La trampa de estas y otras verdades
de su calaña no está en lo que dicen o significan, que a fin de cuentas son
necedades por su simpleza, sino en que acaban convirtiéndose en armas pesadas
con las que se intenta malherir al adversario para dejarlo incapaz de
reaccionar o, cuando menos, de defenderse. “Esto es lo que hay, no hay más y se
terminó, y salga el Sol por Antequera”. “Ya le diré yo a usted las verdades del
barquero”, amenaza quien tiene, o cree tener que esa es otra y la principal, la
razón en un puño. Y en ese enredo nos han colocado, balbuceando “lugares comunes y
tópicos manidos sobre la ruinosa herencia recibida y la forzosa necesidad de
ahorrar”, que Quevedo atribuiría a Perogrullo al estilo de "si lloviere, habrá lodos". O, casualmente, como el cordobés Lucas Valdés
Toro que en 1630 publicó un “Tratado en el que se prueba que la nieve es fría y
húmeda”.
El otro intríngulis de estas
verdades está en la tercera. Porque, si bien tratadistas hay que aseguran que
ninguna de estas tres son ciertas sino que más bien las auténticas son
exigencias, por cierto desconocidas, que hace el barquero a los que se montan
para que la travesía acabe bien, la mayoría de los que han estudiado este
asunto dicen que no, que la tercera y última se refiere a la rentabilidad del
banquero, perdón, del barquero. Se suele citar así: “Si a todos pasas como a
mí, señala el estudiante, dime ¿qué haces aquí?”. “Esta sí que es verdad,
apunta el barquero, y me servirá de lección”. Porque las cosas son como deben
ser. Lo reclama Lazarillo: “Necio aprende, le dice el ciego al que se ha
encomendado, que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo”.
Las verdades del pastor se narran
así en los libros: “Estando en corrillos ciertos hidalgos, vieron venir a
caballo a un pastor con su borriquilla, y tomándole en medio, por burlarse de
él, dijéronle: ¿Qué es lo que guardáis, hermano? El pastor, que era avisado,
respondióles: Cabrones guardo, señores. Dijéronle: ¿y sabéis silbar? Diciendo
que sí, importunáronle que silbase por ver qué silbo tenía. Una vez que hubo
silbado, díjole uno de ellos: Qué, ¿no tenéis más recio silbo que ese?” El
pastor respondió: Sí, señores, pero basta con este para los cabrones que me
oyen”. Sabiendo solamente que son hidalgos, en ninguna parte se aclara la
identidad de los que trataron de mofarse del pastor pero no resulta difícil
averiguar este extremo. Basta con preguntar a la gente por la calle.
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