De Giges rey de Lidia, (situado en
una parte de lo que hoy es Turquía) circulan varias historias de cómo llegó al
poder, cada una de las cuales plantea tal cantidad de cuestiones morales,
políticas y sociales que se han convertido en objeto de estudio y discusión a
lo largo de la historia. Desde Plutarco a Cervantes o desde Guillen de Castro a
Valle-Inclán la reacción de Giges ha sido estudiada como una ficción escolar
para estudiantes, que permite discutir las relaciones entre la ética y la
política.
El historiador griego Heródoto narra
así una de las principales: Candaules, era rey de Lidia y estaba tan enamorado
de su esposa que la creía la mujer más hermosa del mundo. Para convencer a su
amigo y leal servidor Giges de que lo que afirmaba no era una exageración,
decidió que lo comprobase viendo a la reina desnuda. Y, aunque este se
resistió, una noche el rey lo escondió dentro de su dormitorio con lo que se
cumplió su propósito. Pero el caso fue que la reina, que de manera disimulada
se había enterado de todo, al día siguiente llamó a nuestro protagonista y le
dijo: “como no puede haber en el mundo dos hombres vivos que hayan visto
desnuda a la reina, te doy a escoger uno de estos caminos: o bien matas a
Candaules y te haces conmigo y con el reino o bien eres tú quien debe morir sin
más demora para evitar que en lo sucesivo, por seguir todas las órdenes de
Candaules, veas lo que no debes.
Otra, que puede considerarse
continuidad de la anterior, viene del filósofo griego Platón. Cuenta que Giges
era un simple pastor al que un día, mientras cuidaba de sus ganados, sobrevino
un terremoto que produjo un abismo delante de donde estaba. Asustado pero decidido,
descendió por el precipicio y halló, entre otras maravillas, el cadáver de un
hombre que no tenía nada, excepto un anillo de oro en la mano. Reunidos luego
los pastores de la zona en asamblea a fin de informar al rey acerca de los
rebaños, sucedió que nuestro protagonista, sin darse cuenta, movió la sortija
quedando oculto ante la vista de los demás que comenzaron a hablar de él como
si no estuviese. Admirado por lo que acababa de ocurrir, tocó de nuevo la
sortija con lo que se hizo visible. Y así, cada vez que movía la piedra, se
hacía oculto o visible. Convencido entonces del poder de la sortija, trató de
ser incluido entre los que viajaran hasta el rey y, una vez allí,
aprovechándose de su nuevo poder, empezó su carrera política hasta apoderarse
del reino.
Por lo general a quienes han
estudiado estas historias, Giges, de la tribu de los que mandan por encima de
todo y de todos, les ha servido para destacar cómo el poder, cuando está a la
mano, acaba subyugando hasta el punto de que no hay ni amigo ni hijo de vecino
que nos detenga. Pero es curioso que poca gente se haya fijado en el origen de
la historia, en el motivo que produce todo este episodio. Muchos improperios
contra Giges que rompe la ética por la política, por el poder, pero ¿por qué no
puede haber dos hombres vivos en el mundo que hayan visto desnuda a la reina?
El fondo del problema es que resulta una gran desgracia, una maldición, vivir
solo de apaños, aceptando como intocables las reglas del juego.
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