El potlatch


      En medio de tantos discursos morales condenatorios y hasta apocalípticos (de escasa eficacia por otra parte, como se ve en Navidad, cuando el nervio social se atiborra de regalos y no parece que hagamos otra cosa) tal vez convenga recordar que este comportamiento de donación o de economía del regalo, histórica y sociológicamente, no es una moda de ahora ni un capricho de gente rica. Ni la consecuencia de una sociedad derrochadora inmersa en el bienestar, que ha perdido el horizonte. La movilización social de los intercambios de regalos es un proceder que tiene una honda y larga tradición antropológica y un alto sentido evolutivo, adaptado en sus formas concretas como es natural al modelo de cada sociedad, a su capacidad de producción y de reproducción, a su disponibilidad de riqueza y a sus elementos demográficos. Y que está vinculado a la propia supervivencia.
      Al margen de una solemnidad institucional que celebraban unas tribus, que incluso estuvo prohibida durante unos años por el gobierno de Canadá, el potlatch es el nombre de una ceremonia practicada desde siempre por multitud de pueblos en distintas partes del mundo que consistía básicamente en que en la celebración de grandes festividades una persona o un grupo dilapidaba grandes cantidades de bienes materiales, regalándolos o quemándolos en enormes fuegos, en busca de lo que se llama el “impulso de prestigio”. Se trataba de convertir las posesiones materiales en admiración social, en reconocimiento público, basado en el principio de que quien es más poderoso, más puede derrochar. Un potlatch se organiza de manera repetida en fechas determinadas en el calendario pero también de forma ocasional para reafirmar el nuevo estatus de un heredero o sucesor. O en acontecimientos como bodas, nacimientos, muertes o iniciaciones. A veces por causas más baladíes; en ocasiones para resolver alguna disputa que permita demostrar el rango superior de alguno de los contrincantes.
      El potlatch originario, que los antropólogos consideran un sistema de redistribución, fue después evolucionando en las sociedades igualitarias hacia un canje de dones, los llamados intercambios recíprocos. Estos son un sistema de equilibrios sociales, regulados por un rígido e implícito código de conducta, basado en dos reglas básicas. La primera es que, si bien no quedan claras las expectativas de devolución de regalo, sin embargo, si una de las partes no corresponde, la cosa empieza a chirriar; y la otra es que el regalo no puede ser percibido ni como demasiado caro ni tampoco como demasiado barato, por lo que se quita siempre la etiqueta del precio.
       Pero este sistema, por muy igualitario que sea, no ha anulado del todo el impulso de prestigio originario. Organizar una boda más lujosa que la que ha hecho el vecino sigue siendo un potlatch en todos sus términos. Al fin y al cabo la inflación personal de la autoestima es un componente de nuestras motivaciones personales y sociales, como personas y como grupo, y su finalidad es conseguir el mayor predominio y dominación que garanticen más éxito en la permanencia de nuestros genes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario