Si alguien hubiese querido añadir
una apostilla al artículo de la semana pasada, lo hubiera podido hacer con una
noticia que apareció ese mismo día. En dicho artículo se defendía la tesis de
que los Estados, especialmente los Estados modernos que han mejorado de manera
admirable su capacidad de control ciudadano y de gestión, no es que traten con
distinción a los influyentes sino que precisamente fueron creados para proteger
y preservar el verdadero poder. El aparato burocrático y administrativo, la tan
citada maquinaria pesada del Estado, que se inició hace ya muchos siglos (los
faraones crearon su corte de escribas y funcionarios de toda índole y condición
para ejercer y asegurar su soberanía), es una organización para servir al
auténtico poder. El indulto a un banquero y la larga historia de ese proceso
judicial es un ejemplo obvio de cómo la justicia se aplica con diferente
criterio según se esté o no dentro de la camarilla de los poderosos.
Leviatán es el nombre de un monstruo
marino terriblemente peligroso, de un inmenso ser deforme que aterrorizaba a la
gente en los mitos antiguos y que aparece en el Antiguo Testamento,
especialmente en el Libro de Job. Pero Leviatán es también el título de uno de
los libros de filosofía política más básicos, que utiliza ese nombre para
significar lo descomunal que es el poder político y social y describir cómo
debe ejercerse en la sociedad que hemos creado los seres humanos. Leviatán es
el Estado. Tomás Hobbes, su autor, trata con esta imagen de señalar que el
Estado, el Soberano, para cumplir su finalidad de que podamos convivir cediendo
cada uno parte de su libertad, ha de ser omnipotente y poder determinarlo todo,
ser la única fuente del derecho y de la moral. En Leviatán, recuerda Antonio
Escohotado, hay un párrafo aterrador cuando asegura que un Soberano vendido y
corrompido y con una mente destructora sería menos dañino para el pueblo que
una asamblea de ciudadanos porque evitaría una guerra civil crónica de todos
contra todos. Preferible alguien que controle, aunque sea un degenerado, que
matarnos unos a otros.
Pero lo que hizo Hobbes fue elevar a
alta categoría a lo que no es más que un criado de siempre al servicio del
poder. Leviatán no es el poder mismo sino su enviado, su mensajero, su chico de
los recados. Leviatán es mediador, lo que familiarmente se llama el verdugo o
el justiciero, el esbirro de los que en verdad mandan y rigen.
Muchos filósofos ya venían
denunciando que el poder se había transformado en mercados especulativos y en
su ingenuidad advertían que había que controlarlos de alguna manera para evitar
que nos sometieran pero nadie les hizo caso. Y ahí están, sin que ningún
político responsable y capaz les meta en cintura. Antes al contrario, tras
ponernos en jaque a todos, humillarnos, provocarnos dolor y miseria, los
responsables de los Estados están al acecho para adorarlos, servirlos y atender
sus caprichos, que no se enfaden, no se pongan nerviosos, no se alarmen.
Mientras, ellos cada día que pasa ganan más dinero y ejercitan más poder. Y los
Estados a su servicio. En realidad para eso han sido creados.
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