A lo mejor a quienes repiten de manera machacona,
como un estribillo y sin otra argumentación que tres o cuatro frases análogas,
la cantinela de que “no hay otro camino” o “es absolutamente necesario hacer lo
que se está haciendo”, no les vendría mal conocer la reflexión sobre un imaginado
pavo que contó el filósofo y matemático B. Russell. Sobre todo porque da la patética
coincidencia de que quienes con insistencia y testarudez repiten el latiguillo
son los que, desde que empezó todo este lío, han mandado y siguen mandando sin
freno. Y como las consecuencias no pueden ser más dramáticas viendo como cada día
y hora aumenta el número de desfavorecidos, bueno sería que supieran que las
cosas no son tan seguras y son muchas las ocasiones lo que nos parece una
certeza, incluso científica, después resulta que acaba en un pomposo fiasco.
Imaginemos, decía el premio Nobel inglés, un
pavo que en su primer día en la granja a la que acaba de llegar observa que le
dan la comida a las 9 de la mañana. Deseoso de organizar su vida de manera sensata
en su nuevo estado, decide aplicar el método científico de la observación y la
inducción. Y para no precipitarse, resuelve comprobar si ese hecho se produce
regularmente o ha sido una casualidad. Así viendo que, según pasan los días y
varían las condiciones, lluvia o sol, calor o frío, festivos o laborales, se
repite la misma circunstancia y que a esa hora precisa todos los días se abre
una puerta de la granja y una persona le pone su ración de comida, satisfecho
de su rigor, fija como axioma definitivo la siguiente afirmación: "en esta
casa se come a las 9 de la mañana en cualquier circunstancia y condición."
Y con la seguridad que da la ciencia, cuando se acerca la hora, acude presuroso
y saluda feliz a quien le trae la vianda.
Ahora bien, el problema está en cómo asegurar
que se han contemplado todas las variables que llevan a esa conclusión, en
principio cierta. Porque el caso es que el pavo, convencido ya de su regla, llega
siempre contento a buscar la comida hasta que… una mañana de diciembre, víspera
de Navidad, en vez de alimentarlo, le cortan el cuello. Y no le da ni tiempo de
caer en la cuenta de que con premisas supuestamente verdaderas ha llegado a una
conclusión falsa, a pesar de haber tomado todas las precauciones. Lo trágico de
su error es el carácter de irreversible que sustenta el criterio de verificabilidad
que utilizó. Bien es verdad que quizá no tenía capacidad para evitar el destino
de la olla, ni siquiera si lo hubiera intentado, pero, al faltarle algunas
variables como lo de la Navidad, su conclusión era ilegítima desde el punto de
vista del raciocinio.
Lo malo de nuestra historia no es solo ese
carácter de irreversibilidad, porque el dolor y el sufrimiento que se genera
cada día ya no puede borrarse, sino que da la impresión de que aquí lo que
falta es el proceso teórico de analizar y concluir. Aquí parece que la única
ley científica es seguir sin más los dictados de los poderosos según sus
intereses y caiga quien caiga. Parece que, como ya denunciaba M. de Montaigne
en el siglo XVI, se está estimando al hombre como “envuelto y empaquetado”.
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