Reparto de bufandas


        Aunque la precisión de este concepto ha sido fijada hace un par de siglos, siempre se han producido situaciones sociales a las que hoy se llama de “anomía”, es decir, condiciones colectivas en las que parece que las cosas no están claras del todo, que los criterios que rigen no se conocen muy bien. Anomía, una “forma patológica social” como la definió el filósofo francés que creo esta palabra y le dio significado E. Durkheim), es el término que los sociólogos utilizan para describir escenarios sociales en los que es fácil errar porque no se sabe muy qué es lo que debe hacer. Algo así, diría cualquier observador, como lo que está pasando ahora a cuentas de lo que hemos denominado crisis: un imponente y gigantesco desorden originado por la quiebra de las estructuras económicas y que mucha gente extiende también al ámbito moral.
      ¿Realmente vivimos tiempos en los que está justificado cualquier error por no saberse muy bien el camino o la senda que hemos de recorrer? Ya en el siglo pasado, otro sociólogo, esta vez norteamericano y premio Nobel (R. K. Merton), vino a decir que lo que pasa cuando se produce la anomía es que “ganar el juego” no significa “ganar de acuerdo con las reglas del juego”. ¿Es eso lo que está ocurriendo en nuestro país?, ¿están claras esas reglas del juego o vivimos en anomía?, ¿existen unos criterios más o menos orientativos, dentro del ruido que estamos padeciendo?, ¿se conocen?
      Fácil va a ser averiguar la respuesta a estas interpelaciones contando a quien no la conozca una disposición referente a la paga extra de Navidad, que ha acabado siendo el símbolo del recorte salarial en nuestro país. Según han hecho público algunos medios, el ministerio de Hacienda y A. Públicas, se supone que en los ratos libres que le permite el control para que ninguna institución abone la referida paga, ha permitido a los organismos de la Administración General del Estado abonar en estas fechas unas gratificaciones selectivas para determinados empleados públicos. Conocidas en el argot como ‘bufandas’, se destinan a trabajadores elegidos por los jefes sin tener que justificar esa asignación de acuerdo a criterios objetivos como la productividad o el número de horas trabajadas. De 150 a 6.000 euros. ¿Anomía? Por supuesto que no. Simplemente los auténticos criterios de verdad. Los privilegiados, como si nada. Y sin tener que dar cuenta a nadie de esa decisión.

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