Vivimos montados, al decir de los
científicos, en una nave que gira alrededor de una estrella mediana y está
situada en la parte exterior de una de los billones de galaxias existentes y en
la que cabalgamos, día y noche sin parar, a 250 kilómetros por segundo. Cuatro
mil quinientos millones de años -día, semana o mes más o menos- tiene de
existencia este peñasco (E. Punset) que llamamos planeta Tierra en el que,
junto a otras muchas, habitamos la especie humana. La mediana estrella de referencia,
el Sol, anda a la mitad de su vida: apareció hace unos cinco mil millones de
años y desde el próximo lunes, día 1 de enero, le faltará un año menos para
alcanzar los otros cinco mil millones que aún tiene de vida. Y mientras que América
y Europa, llevándonos con ellos de excusión, se van alejando en ese viaje
permanente de los continentes, hace doscientos cincuenta millones de años
estaban todos unidos formando lo que se llama una pangea. Es en este contexto
en el que estos días cumplimos un año más de nuestra era.
Y si lo curioso es que no hay día
que no haya sido anunciado por alguien como el final de los tiempos (por cierto
sin que a nadie le produzca rubor comprobar a su vez lo ridículo de cómo todas
estas predicciones no se cumplen ni por el forro), un comienzo de año parece un
rito que no puede faltar. Es como el “timo de la estampita” que, en su afán de
enriquecerse, todavía lleva a algunos a creerse el tesoro encerrado en el
sobre. Aunque hablando del “fin del mundo”, se pregunta Cayetano López que
significa esta expresión: ¿tal vez el final del universo con todos los billones
de galaxias existentes, en una especie de contra-creación o únicamente de la
nuestra?, ¿también la destrucción de los múltiples universos, caso de existir
como parece, con un número imposible para la mente humana de billones de
galaxias?, ¿se destruirá precisamente el Sistema Solar?, ¿solo La Tierra o
quizá una nueva extinción, esta vez la sexta pues ya llevamos cinco principales
catalogadas hasta el momento?, ¿una extinción que afectará exclusivamente a la
especie humana?
Compleja perspectiva sin duda para
los que nos creímos el centro de todo lo existente pues “la recuperación de la
vida tras una extinción podría no incluir al hombre”, dice el biólogo David L.
Hawksworth, mientras que el historiador Felipe Fernández Armesto apostilla que
ve el futuro “sin el ser humano”. En el fondo, lo que le pasó a los
dinosaurios, después de dominar la Tierra durante más de 150 millones de años
como dueños absolutos de la misma.
Desde luego que la vida sería más
sencilla si pensáramos en tiempos geológicos, que a fin de cuentas es lo que de
manera más grosera dice el refrán, si tuviéramos siempre presente que en cien
años todos calvos. Aunque valga frente a tanto fragor, tanto dramatismo, tanto
alboroto y tanto escándalo el anhelo del poeta checo Vladimir Holan: “¿Que después de esta vida tengamos que
despertarnos un día aquí / al estruendo terrible de trompetas y clarines? /
Perdona, Dios, pero me consuelo / pensando que el principio de nuestra
resurrección, la de todos los difuntos, / lo anunciará el simple canto de un
gallo...”
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