El asunto del poder y de quién es el
que en verdad decide siempre ha estado muy complicado. Y si en nuestra época
con tantos medios de comunicación, tantos altavoces sociales y tamaña
tecnología al alcance de cualquiera, todavía no sabemos quiénes son los
mercados, dónde viven y ni su dirección ni su número de teléfono, vaya usted a
saber en épocas antiguas cómo de oscuras estaban las cosas… ¿o no era así? Por
citar algún ejemplo clásico, ¿era realmente el que mandaba en Atenas en el
siglo V a.C. Pericles, al que sus paisanos estuvieron eligiendo durante
cuarenta años y del que se decía que su madre Agarista, poco antes de traerle
al mundo, había sido visitada en sueños por un león? Y los ancianos de las
hordas o tribus de Cromañón que conquistaron la Tierra ¿eran ellos en verdad
los que gobernaban, incluso por encima de los chamanes?, ¿Y Atila o Gengis Kan?
Un filósofo y exministro francés,
Luc Ferry, lo dejaba muy claro en 2007: “la experiencia más fuerte que tienes
cuando llegas al poder es que no tienes poder. El proceso se nos escapa.
Tenemos las apariencias del poder: coches, banderas... Como mucho, un ministro
puede alegrar o fastidiar la vida de 300 personas, ahí se acaba todo. Si
alguien moviera los hilos de la marioneta, como creen los militantes
antiglobalización, estaríamos de enhorabuena. La lógica del mercado es anónima
y ciega. Los políticos tienen ahora mucho menos poder que hace 40 años”.
Quizá la complejidad progresiva de
la civilización en la industria y la innovación han transmutado al poder, que
ha adquirido la propiedad de convertirse en anónimo. De todas maneras en España
no debería sorprender tal metamorfosis pues siempre los listos nos han
asegurado que quienes mandaban eran los poderes fácticos: el Ejército, la
Iglesia y la Banca, por lo que no ve por
qué hay que enfadarse si ahora nos damos cuenta de que efectivamente hay
poderes ocultos que mandan y deciden sobre países y pueblos enteros, a lo que
no tienen reparo alguno en llevar casi hasta la ruina si ello conviene a sus
intereses y beneficios. ¿Qué nos queda entonces a los pobres, tras reconocer
nuestra total impotencia en esta situación en la que ni sabemos quiénes son
nuestros jefes y vigilantes?
No hay comentarios:
Publicar un comentario