Aunque dos de los grandes problemas con protagonismo en
la agenda del mundo de hoy tienen componentes y elementos muy diferenciados, sí
que pueden no obstante ser objeto de una reflexión conjunta por cuanto en el
fondo explicitan y dejan a la luz un comportamiento humano similar. Sabemos lo
que está ocurriendo en Siria y la leve y tenue posición de los países poderosos
con un mensaje, después de muchas vueltas y revueltas, diciéndole al régimen
asesino y criminal algo así como “hombre, no seas tan malo con tu gente y no
sigas eliminándola de esa manera”. Y conocemos que, además de los mil millones
que apenas pueden comer, se ha producido una hambruna en África. Ambos son
fenómenos sociales, políticos, económicos e ideológicos diferentes pero también
es verdad que las dos tragedias, elevadas a su máximo nivel, responden a
decisiones humanas. Son epifenómenos, que dicen los expertos, manifestaciones
que reflejan algunas de las hondas raíces de la manera en que se comporta y se
gobierna a sí misma la especie humana.
Porque ninguno de los dos acontecimientos se ha gestado
ayer. Lo de la alimentación está más que estudiado y se conocen sus esquinas y
sus posibles soluciones y no hay ninguna voluntad por parte de nadie de aplicar
algún remedio. Más aún, cada día que pasa va a ser más difícil que los
subsaharianos puedan comer mientras millones de hectáreas de sus tierras están
siendo acaparadas (¿robadas?) por los países ricos a precios irrisorios pagados
a dictadores corruptos. O por ejemplo,
¿quién se atreve en el mundo desarrollado de nuestras sociedades de bienestar a
corregir la política de subvenciones y de aranceles para que ellos puedan
desarrollar sus mercados? Dice Javier Guzmán, director de Veterinarios sin
Fronteras, que las transnacionales no pueden seguir decidiendo qué se produce,
qué se come, quién come y quién no. Y ahora
esos fanáticos destruyendo las cuatro cosas que se están enviando. En el
caso de Siria también las cosas está suficientemente claras porque, además de
las complejidades diplomáticas (que es una forma poética de decir: “miraré por
mis intereses y los demás que se apañen como puedan”, que es la norma
sincrónica y diacrónica de las relaciones internacionales), es obvia la
posición de Rusia y de China porque ellos, en caso de encontrarse en una
situación como la de Siria, pues masacrarían también –y ya lo han hecho- a su
población sin más miramientos.
Nada se hace y nada se puede hacer mientras no se
transformen las estructuras y la historia da fe de que esto no va a ocurrir. Si
las especies están compitiendo por la existencia, el individuo resulta un peón
a ser sacrificado cuando así lo exija el interés general de la especie.
El pensamiento ético griego, dice B.
Williams, se basaba en la creencia de que había una finalidad objetiva de la
naturaleza humana, una especie de código soñado que la razón podía descubrir y
desde entonces la mayoría de las corrientes éticas han sostenido algo parecido
a esto. Pero hoy, a la luz de la evolución, parece claro que no es así. Que
solo cabe la cooperación como forma de conseguir el mantenimiento de la
especie.
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