Revolución en África


       Aunque las razones de fondo sean sobradamente acreditadas y nos hayan contado con pelos y señales la chispa que incendió el monte, en verdad desconocemos por qué y por qué ahora, en pleno ejercicio de poder de los mercados financieros, han empezando a caer en África, y no por golpes de Estado convencionales, poderosos que, hace no más de un par de semanas, parecían tan de granito que tenían prevista la sucesión de padres a hijos para seguir con el cotarro. Y el sentimiento y la imagen que genera su caída vienen a ser como cuando se desmontan de plazas y calles esas estatuas que un día representaron el fuerza y el mando y con las que luego no se sabe qué hacer. ¡Ya era hora que África empezara a hacer sus revoluciones, que muchas hicieron falta en Europa para llegar a donde estamos, porque una cosa son las guerras tribales y otra las revoluciones!, ha dicho, pensado y sentido más de uno de los que han acogido con venturosa alegría estos aconteceres.
      De todas maneras siempre es prudente bucear por los alrededores a ver si hay gato encerrado, no sea que nos lo den por liebre. Una parábola, que casualmente recogió la cultura árabe y nos llegó por el Magreb, conocida como Calila e Dimna, narra que una muchacha en edad de casarse puso como condición para su futuro esposo que fuera el más fuerte, el más poderoso. Su padre, para darle gusto, creyendo que quien reunía esos requisitos era el sol, se dirigió a él para pedirle en matrimonio. Pero éste le respondió que no era él el más grande sino que la nube, que le impide el libre paso de sus rayos y de su luz, lo era más. Y a ella se dirigió este con la misma pretensión. Pero la nube le dijo que buscara al viento "que viene y va y me arrastra de norte a sur y de oriente a occidente". Así que el padre fue en busca del viento que le confesó que había alguien a quien no podía mover a pesar suyo y era la montaña. Y ésta le contestó a su demanda: "He de confesarte que no soy la más potente: el ratón que horada mis entrañas y que no puedo evitar que lo haga, es más fuerte y más poderoso que yo."
       Pareció en un momento, en un par de días, cuando todos los poderosos del Magreb anunciaron medidas inmediatas de relajamiento de sus estructuras autócratas, que estos jerarcas supremos iban a caer como fichas de dominó. Hasta el punto de que en el debate político francés, el ser invitado a vacaciones en Egipto de ser considerado un privilegio se transformó en ignominia y el poderoso, de héroe pasó a apestado. Pero aun faltan muchas cosas. Y a día de hoy se han templado muchas gaitas, puede que demasiados ratones estén horadando los secretos del poder. Catherine Ashton, cuya pasividad ha sido duramente criticada, ha contado que teléfonos de los dirigentes europeos echan humo de tanto hablar con Egipto.
       Las revoluciones o se hacen en el momento o ya difícilmente se terminan. Incluso las cosas pueden acabar peor, si se convierten en un coitus interruptus. ¡Ojalá no sea así! Pero a lo mejor aún faltan experiencias suficientes en África. En todo caso la marcha de Mubarak abre un camino de esperanza porque el simbolismo de este abandono, con todas las connotaciones que acarrea, puede ser muy fértil.

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