No está tan fuera de
lugar, como a primera vista pudiera parecer, una discusión de este tipo, por
más que suene como choque completo con la realidad o simplemente pueda parecer
un juego de palabras. Al fin y al cabo es una experiencia de cada día si uno se
detiene un poco a observar lo que nos rodea y los ejemplos que tenemos a la
mano. Es la vida misma, que siempre está llena de dos puntos de vista, dos posiciones,
dos perspectivas, la del depredador y la del amenazado, indispensables ambas
para que el mundo siga su camino, al margen de que un mismo animal posea la
virtud necesaria e imprescindible de jugar los dos papeles en uno u otro
momento. Pero así son las cosas, dos lógicas. La del ganador y la del perdedor;
la del grande y la de chico; la del que manda y la del que obedece; y la de los
poderosos y los que no tienen para comer, por más que suene a demagogia. Estos
últimos, un par de millones en España según se ha dicho estos días. Mientras
unos hablamos de deuda soberana, de bonos basura, de falacias de la
competitividad o de prima de riesgo sin preocuparnos de que llegue la hora de
comer, la lógica de los otros dos millones se empeña en las necesidades
primarias para la subsistencia.
¿Coincidir ambas
lógicas, al menos para que sepa una de lo que habla la otra? No está el horno
para esos bollos, que son lenguajes diversos, esquemas mentales diferenciados,
universos distintos. Como dos líneas paralelas que nunca podrán encontrarse.
Como aquel que se marchó del teatro y luego explicaba a quien le había invitado
que se había ido porque allí salieron unos señores que se pusieron a hablar de
sus cosas y él ni las entendía ni le interesaban. Tal vez solo los discursos
compasivos, tristemente de muy escasa eficacia, podrían hacer este contrapunto,
discursos que precisamente siempre sufrieron el eterno reproche revolucionario
de que mientras calman el hambre de la gente impiden que esta se subleve.
Claro que a lo mejor ambas lógicas
sólo coinciden en lo que Galbraith, comentando las ventajas sociales del
principio que afirma que para ayudar a la clase media y a los pobres se deben
reducir los impuestos de los ricos, explica con la teoría de que con
cuanta más generosidad se alimente al caballo con avena, más granos caerán en
el camino para los gorriones. Lo que ya es una cesión, como la del maestro.
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