Las dos lógicas

     Dos por dos son cuatro y, como mucho, cinco pero en ningún caso ocho, gritaba el maestro en el viejo chiste en el que ya estaba harto de oír una y otra vez la misma respuesta del alumno, no se sabe si díscolo, despistado o de mala intención. Dos lógicas, dos puntos de vista en principio excluyentes una de la otra. Porque o dos por dos son ocho como aseguraba una y otra vez de manera insistente el alumno empecinado en que las cosas son así y que, si multiplicamos dos bolígrafos por otros tantos, siempre nos saldrán ocho; o por el contrario, de acuerdo a la opinión del maestro, el resultado de esa operación nunca llegará a esa cifra, pase lo que pase o se eche mano de lo que se eche. Ahora, eso sí, hay una ligera concesión al dogmatismo colegial: el resultado se puede alargar hasta cinco aunque desde luego solo “como mucho”.
      No está tan fuera de lugar, como a primera vista pudiera parecer, una discusión de este tipo, por más que suene como choque completo con la realidad o simplemente pueda parecer un juego de palabras. Al fin y al cabo es una experiencia de cada día si uno se detiene un poco a observar lo que nos rodea y los ejemplos que tenemos a la mano. Es la vida misma, que siempre está llena de dos puntos de vista, dos posiciones, dos perspectivas, la del depredador y la del amenazado, indispensables ambas para que el mundo siga su camino, al margen de que un mismo animal posea la virtud necesaria e imprescindible de jugar los dos papeles en uno u otro momento. Pero así son las cosas, dos lógicas. La del ganador y la del perdedor; la del grande y la de chico; la del que manda y la del que obedece; y la de los poderosos y los que no tienen para comer, por más que suene a demagogia. Estos últimos, un par de millones en España según se ha dicho estos días. Mientras unos hablamos de deuda soberana, de bonos basura, de falacias de la competitividad o de prima de riesgo sin preocuparnos de que llegue la hora de comer, la lógica de los otros dos millones se empeña en las necesidades primarias para la subsistencia.
      ¿Coincidir ambas lógicas, al menos para que sepa una de lo que habla la otra? No está el horno para esos bollos, que son lenguajes diversos, esquemas mentales diferenciados, universos distintos. Como dos líneas paralelas que nunca podrán encontrarse. Como aquel que se marchó del teatro y luego explicaba a quien le había invitado que se había ido porque allí salieron unos señores que se pusieron a hablar de sus cosas y él ni las entendía ni le interesaban. Tal vez solo los discursos compasivos, tristemente de muy escasa eficacia, podrían hacer este contrapunto, discursos que precisamente siempre sufrieron el eterno reproche revolucionario de que mientras calman el hambre de la gente impiden que esta se subleve.
    Claro que a lo mejor ambas lógicas sólo coinciden en lo que Galbraith, comentando las ventajas sociales del principio que afirma que para ayudar a la clase media y a los pobres se deben reducir los impuestos de los ricos, explica con la teoría de que con cuanta más generosidad se alimente al caballo con avena, más granos caerán en el camino para los gorriones. Lo que ya es una cesión, como la del maestro.

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