En realidad, aunque siempre se debe
ser muy riguroso y prudente en asuntos de verdades por tratarse de materia
peligrosa y comprometida, es sobre todo muy necesaria, casi imprescindible,
esta virtud cuando nos encontramos en un momento confuso como parece que es
este. Y no porque las cosas no estén claras, que por supuesto que para cualquier
pensamiento avezado y sacudido lo están,
¡y vaya si lo están!, sino porque da la impresión de que andan por el espacio
público, que diría el sociólogo francés Pierre Bourdieu, como unos diablejos
fastidiosos, cargantes y perturbadores tratando de revolverlo y enredarlo todo,
haciendo que lo blanco parezca negro, lo simple complicado y que hasta la suma
de dos y dos resulte cuatro o más, según quien tenga el mango de la sartén.
Como en el viejo chascarrillo del maestro que amonesta muy enfadado al alumno que
insiste en que tres más tres son ocho: “tres y tres podrán ser como hasta siete
pero en ningún caso ocho”, le grita ya enfadado del todo.
Así podemos fijarnos, hablando de
verdades, en las del barquero. La historia más aceptada es como sigue: érase un
infeliz barquero que no tenía qué comer y al que, estando en su puesto de
trabajo, se le acercó un estudiante, pobre como él, que le pidió que le pasara
a la otra margen del río de manera gratuita. El caso es que, aunque en
principio se apiadó de él y aceptó facilitarle la travesía, pronto cayó en la
cuenta de que, sin necesidad de dinero, podía pedirle al intelectual alguna
contribución erudita e instruida por el favor que le estaba haciendo. Así es
que le exigió como tasa para la tarea de llevarle en la barca que le dijese
“tres verdades como puños”, es decir, tres afirmaciones evidentes,
incuestionables e incontrovertibles que aminoraran su ignorancia.
Y es en este momento del cuento
cuando empiezan las discrepancias. Porque, si bien la mayoría de los autores
que han investigado el complejo y discutido asunto son del parecer de que el
número de verdades que le solicita el remero es de tres, el diccionario
fraseológico apunta que son cuatro. ¿En qué quedamos entonces, en tres o en
cuatro? Y no se crea que sea pequeña esta cuestión pues, si no es fácil
encontrar tres expresiones que sean una verdad como puño, más peliagudo será
llegar hasta cuatro. Claro que, como nunca falta un roto para descosido o algo
así, seguro que habrá más de un ciudadano que, con la cantidad de información
que ahora nos llega, estará en disposición de asegurar que, leyendo lo que
dicen los que mandan (referido naturalmente a los que de verdad lo hacen),
encuentra todos los días un indudable montón de verdades de puño, como las que
solicitaba el barquero al estudiante. Y en este caso, con sobreabundancia de
verdades de este calibre, la espinosa cuestión del número ya se hace más sencilla.
En las del pastor no hay discusión
sobre cuántas son pues todos los analistas confirman que dos. La incomodidad
sobreviene por tratarse de una burla y esto tiene ya un encaje mucho más sutil
y etéreo en la gestión pública de los negocios de todos. Ya lo advierte
Lazarillo, referido a las habladurías: “no me dicen nada y yo tengo paz en mi
casa”.
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