Ciento cincuenta mil (150.000) preservativos se han
distribuido entre los participantes en los recientes Juegos Olímpicos. En los
de Sidney (año 2000), según cuenta un informe periodístico elaborado por un
atleta que intervino en aquellos, 70.000 se repartieron inicialmente pero fue
necesaria una partida extra de otros 70.000. En total una cantidad similar a la
de Londres y que se puede pensar sea la cifra adecuada para atender las
necesidades sexuales de un acontecimiento de estas características. Unos 10.000
jóvenes, han contado los periódicos estos días, de cuerpos cuidados, se hallan
de repente compartiendo el lugar. "Hay mucho sexo. He visto gente practicándolo
al aire libre, en la hierba que hay entre los edificios, dice Hope Solo,
portera de una selección femenina de Estados Unidos: “no es difícil entablar
conversación; sólo tienes que preguntar '¿qué deporte practicas?' y ya está
todo hecho".
Toda esta compleja realidad, que es otra de las muchas
caras que ofrecen, y en este caso más
bien sugieren, los Juegos Olímpicos, tiene como es natural muchas perspectivas
y puede dar pie a reflexiones de diverso contenido y orientación, incluso
ideológica. Pero ya de entrada, sin más vueltas y revueltas, y únicamente a
efectos de contabilidad, una cuenta muy sencilla, una simple división lleva a
un promedio de uso diario de unos diez mil, cantidad que ya da pistas más que
suficientes para imaginar la rentabilidad social y antropológica del invento. Y
este dato además sin añadir otros condimentos, que podrían ampliar el
horizonte, como, por ejemplo, que los deportistas ya vengan provistos del
artificio desde su casa o que por cualquier motivo prescindan de él. En definitiva
un ejercicio intensivo y una actividad acentuada y crecida, que puede producir
variados y altos beneficios para las buenas relaciones en los modos y conductas
de los miembros de nuestra especie.
Por ejemplo, favorecer las relaciones interplanetarias,
una de las soluciones que los antropólogos sugieren como forma y manera de
atemperar los nacionalismos étnicos y políticos. Si todos los habitantes del
planeta acabáramos yendo unos con otros, mucho más de lo que ya hacemos, se
eliminarían de golpe las incomprensiones culturales y los distanciamientos
sociológicos. Cabe pensar que de esta amalgama de sexo a través de parejas
multirraciales saldrían altos niveles de coincidencia en la interpretación del
mundo y por ende en la comunicación entre todos.
Y no se diga que no es buena
solución, tanta que justificaría acortar las olimpíadas y hasta podríamos
pensar en una competición permanente y estable. "Los verdaderos juegos que
no se verán por televisión, donde se demuestra que hay deportes universales, en
los que no cuentan para nada fronteras o nacionalidades”. Y con estos
beneficios añadidos es seguro que aumentará la afición por el deporte y
progresará aritmética y geométricamente el número de deportistas, con lo que
conseguiremos una mejora sustantiva y casi definitiva de la especie. Y de una
vez por todas fuera la obesidad y demás males de nuestro tiempo. Amén.
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