El peligro de la desigualdad


      La deriva que en los últimos tiempos se está produciendo en cuanto a la desigualdad social y económica, y a la que parece no se está dando la relevancia adecuada, amenaza con ser el problema de más graves consecuencias en nuestro mundo de hoy (y el de mañana, si es que llegamos). El coeficiente Gini, que mide de manera matemática la desigualdad dentro de un país, muestra cómo en los últimos años ésta se ha acentuado de manera amenazadora. Entre nosotros, que pasábamos por ser uno de los que llegó a situarse entre los países de mayor desarrollo humano, la brecha entre ricos y pobres se acrecienta día a día mientras que en el mundo, según ha denunciado la prestigiosa Oxfam, han sido vendidas unas 203 millones de hectáreas, un tamaño cuatro veces mayor al territorio español y suficiente para cultivar alimentos para 1.000 millones de personas, precisamente el número de hambrientos que en la actualidad cobija el planeta.
     Datos aparte, que pueden encontrarse con toda facilidad, lo que importa sobre todo es fijarse en el sufrimiento humano que produce a cada persona que está en el lado malo de la balanza y, además, en el trasfondo teórico que supone un problema tan singular. Quienes claman por unos u otros motivos con el “a dónde vamos a ir a parar”, manifestando con ello su gravísima preocupación apocalíptica de fin del mundo, aquí tienen un motivo muy especial  para lanzar esta queja, a la vista de cómo está aumentando la desigualdad social, y consiguientemente política, en el mundo y a lado de nuestra casa. Y ya hace demasiado tiempo que Rousseau dejó claro que su origen es el resultado de actos y decisiones voluntarias de seres humanos.
       Pero hay gente que no parece darse cuenta del peligro que esta situación encierra para la especie humana. Olvidado el miedo a la revolución con la caída del muro de Berlín, sorprende cómo las élites que gobiernan andan jugando con que el estado de Bienestar no es viable mientras aprovechan esa cantinela para acentuar las desigualdades a marchas forzadas y sin fijarse en que la especie humana se juega incluso su supervivencia. En lo que coinciden el sentido común y la sociobiología: que una mayor desigualdad en la renta acabará acompañada de menos confianza, una menor participación en la vida de la comunidad, y más hostilidad y violencia. Las buenas relaciones siempre han sido imprescindibles para nuestra existencia. Para la conservación de nuestra especie en la evolución es ineludible aminorarla y erradicarla. Más que un principio moral, es ante todo una necesidad de supervivencia de la especie. “La desigualdad mata. En las sociedades que presentan mayores diferencias de renta la gente muere más joven”, dice Richard Wilkinson.
      Precisamente el sociólogo Pierre Rosanvallon ha puesto sobre el debate público estos días una muy célebre y conocida cita de Rousseau: “La desigualdad material no es un problema en sí misma, sino solo en la medida en que destruye la relación social. Una diferencia económica abismal entre los individuos acaba con cualquier posibilidad de que habiten un mundo común". Pues entonces a ver qué hacemos con esto.

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