Apuntes sobre el calendario


      El emperador Augusto se enfadó muchísimo cuando vio que el mes que le habían dedicado poniéndole su nombre solo tenía 30 días mientras que el de su tío abuelo Julio César contaba treinta y uno. Así que ni corto ni perezoso decidió llevarse un día a su mes quitándoselo a febrero, que por aquel entonces era el último del año y el que recogía lo que iba quedando: de esa forma este pasó de 29, y 30 en los años bisiestos, a 28 y 29 en este último caso. En realidad el diseño general estaba pensado para que los meses tuviesen alternativamente 30 y 31 días pero esa decisión imperial lo modificó y de ahí la adaptación que tuvo que sufrir lo que quedaba del año. Pero no fue únicamente el Emperador el que enmendó a su antojo y satisfacción el calendario. También en Roma los poderosos del momento, del Estado y de los feudos locales, modificaban el recuento del tiempo según les convenía; que habían salido unos cónsules que les estaban fastidiando, pues acortaban las fechas y ¡hala! a elegir otros; que les eran altamente beneficiosos pues no había manera de que acabase el período de su mandato.
    El calendario, sorprendentemente para quien no se haya preocupado en conocer su trayectoria y su trasfondo ideológico, ha sido uno de los instrumentos que, pareciendo a primera vista técnico y neutro, ha resultado especialmente útil al servicio del poder a lo largo de la historia y ha creado multitud de tensiones políticas, religiosas, diplomáticas, sociales, económicas e incluso belicosas. Por ejemplo, es fácil de suponer las gravísimas presiones que provocó para los países protestantes reconocer el almanaque de la reforma gregoriana (por el papa Gregorio XIII en el siglo XVI que es el que ahora rige), la humillación de someterse a los dictámenes de Roma, lo que chocaba frontalmente con los principios por los que estaban batallando a muerte. El censo siempre estuvo vinculado al control de gasto y de los impuestos. El primer código del que se tiene noticia en Asiria, hace unos cuatro mil quinientos años, el del príncipe Entenema, ya habla de plazos de pago sobre los préstamos de cereales.
      Naturalmente que todo este montaje supone que las cuentas de los días no estaban al alcance de casi nadie sino de las clases privilegiadas, de los funcionarios del poder mientras que el pueblo se regía por los cambios de la naturaleza. Y la mayoría de los emperadores o líderes políticos antiguos, se llamasen como se llamasen, empezaban a contar en un nuevo calendario a partir de su reinado. (Quin Shihuang, el llamado primer emperador chino mando quemar todos los libros  que hablaran de algo anterior a él).
      La formulación del calendario, más que una forma de contar los días, que también, ha sido un procedimiento singular que ha respondido a los intereses,  opiniones y creencias de quienes lo fueron diseñando. Hemos empezado un año bisiesto y hoy por su universalidad y su aparato matemático su manipulación solo es extrínseca. Pero ello no es obstáculo para impedir los desvaríos y los estropicios a favor de los poderosos, la presión que el paso de los días ejerce sobre los bienes y haciendas de los más débiles. Como siempre.

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