Probablemente la pregunta más
terrible, al tiempo que comprometedora, que en este momento puede formularse,
más o menos sería así: bien, aceptemos que hay que vivir peor, que hay que
renunciar a ventajas y provechos de que hemos venido gozando; bien, aceptemos
que las cosas se han torcido y olvidémonos por un momento tanto de que “hubo un
capullo excepcional que produjo el desastre en que esto se ha convertido” (Matt
Taibbi) como de quienes están haciendo grandes negocios con esta situación;
bien, olvidémonos de todo esto mientras renunciamos a cosas y, lo que es peor,
cada día aumenta el número de los que el sistema va expulsando, pero ¿a dónde
vamos?, ¿qué hay al final del camino?,
¿habrá tal vez un momento, como en La Peste, en el que “las puertas de la
ciudad se abrirán por fin al amanecer de una hermosa mañana, saludados por el
pueblo, los periódicos, la radio… y saldrá alguien muy importante anunciando a
bombo y platillo: “señoras y señores, la crisis ha desaparecido”? Cuando se nos
dice que de momento las cosas irán a peor pero que después empezarán a ir
resolviéndose poco a poco, ¿qué sentido y alcance tiene el término “mejoría”?,
¿qué podemos esperar?, cabe preguntarse, utilizando una interpelación famosa en
la historia de la filosofía, ¿acaso el paraíso que lenta pero de manera segura
se nos irá abriendo o qué otra cosa hay tras el recodo?
Ofrecer el paraíso como meta final
de cualquier proceso ha sido siempre el señuelo o el premio que más devotos ha
conquistado o más clientes ha conseguido. Asegurarle a alguien que la felicidad
está a la vuelta de la esquina, casi a la mano, y que basta con seguir el
consejo del que lo propone, por duro y tormentoso que sea el trayecto, ha sido
siempre una garantía de éxito en la venta de cualquier producto, ya fuera
material o ideológico. Pero ¿qué paraíso se encierra detrás de esta conmoción
que estamos padeciendo que pueda justificar el sufrimiento y los esfuerzos
actuales?
Además, ¿no habíamos quedado, como
cuenta la memoria colectiva de todas las literaturas, en que la “edad de oro”
ya hace mucho tiempo que pasó y en realidad vamos descendiendo en la escala de
los metales?, que, como decía Hesíodo, por citar al más antiguo, un poeta
griego de hace algo menos de treinta siglos, ¿“en un primer momento cuando los
Inmortales crearon una raza de oro de hombres mortales… que vivían como dioses
con un corazón sin preocupaciones, sin trabajo y sin miseria, ni siquiera la
terrible vejez… se regocijaban en los banquetes lejos de todo mal, tenían toda
clase de bienes”… mientras que ahora queda la quinta raza, que hubiera querido
morir antes de nacer, que ni de día ni de noche cesarán de estar agobiados por
la fatiga y la miseria…? ¿No es acaso eso mismo lo que asegura el dicho de que
cualquier tiempo pasado fue mejor?
¿Entonces, cuando anunciamos todo
eso de los brotes verdes, qué significa, que vamos para arriba o para abajo?,
¿qué vergel podemos esperar? ¿O, como solicita Ovidio, al final de su
Metamorfosis, daremos fin “a una obra que ni la ira de Júpiter ni el fuego, ni
el hierro, ni el tiempo devorador podrán destruir” o todo será gran confusión?
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