Recortar y ajustar

    No cabe ninguna duda. En el espacio público, como lo describe el sociólogo francés Bourdieu, se ha impuesto un pensamiento único, una única forma de interpretar el lío de la crisis y por tanto la teoría de que hay una sola manera posible de hacer política: recortar y ajustar. Con eslóganes repetitivos para que se graben bien, argumentos más o menos engañosos y el adobo imprescindible de miedo y culpa que han conseguido instalar en la conciencia de la gente, los responsables públicos europeos tienen el camino despejado para recortar y ajustar caiga quien caiga (aunque estos siempre sean los mismos). En realidad es el pensamiento de siempre, de toda la historia de la humanidad, el del poder, el de los poderosos, sólo que esta vez, liberados de otras futilidades y juegos florales, se dedican a hacer y deshacer en los dineros de la gente, sus recursos y posibilidades de vida.
       Pero en este ejercicio desenfrenado de ajustar (que no debe confundirse con la virtud de la austeridad), hay una pregunta imprescindible que apenas se formula y por tanto tampoco se contesta. Es probable que los hacedores de recortes manejen algún criterio o escala para determinar dónde se debe cortar y dónde no, qué cosas hay que mantener y de qué otras, subsidiarias o accesorias, se puede prescindir. Es posible que en algún cajón se guarde esta taxonomía que, se supone, habrá sido estudiada y analizada concienzudamente. Es posible, pero la verdad es que a primera vista, más allá de la rutinaria referencia a la educación y demás (que por cierto después no se cumple) da la impresión de que la tijera, como si fuera una ouija, va cortando por aquí y por allá según criterios oscuros y opacos, o sea, insondables.
        Mas el intríngulis de fondo, la contradicción de esta conducta parece obvia pues, mientras se anuncia que iremos a peor, dicen que para evitarlo hay que hacer más recortes (otra vez, que no hay que confundir con la virtud de la austeridad), lo que dará lugar a una mayor depresión estructural, se agudice la crisis y se confirmen las previsiones. Es la profecía autocumplida a que se refería el sicólogo norteamericano R. K. Merton, de acuerdo con el llamado teorema de Thomas, que explicado de manera sencilla dice que “convencido de que está destinado a fracasar, el angustiado estudiante dedica más tiempo a lamentarse que a estudiar, y después hace un mal examen”. Las predicciones del regreso de un cometa no influyen en su órbita pero el rumor de insolvencia de un banco puede llevar, y de hecho así ocurre, a la quiebra del mismo.
        Un antiguo gestor encargado de acompañar a un equipo de fútbol en sus desplazamientos contaba cómo en época de penuria, al presentar una factura de los gastos habidos, le preguntaron: ¿y qué les habéis dado a los jugadores? -Pues un refresco y un bocadillo. -¿Y de qué era el bocadillo? –De anchoas y fuagrás. Pues la próxima vez o quitáis las anchoas o el fuagrás. Aunque tal como están las cosas, ya son muchos (demasiados sin duda) los que ni las anchoas ni el fuagrás, el bocadillo. ¿Por qué será que el demonio siempre hace bien todo lo que hace? se pregunta Baudelaire en “Las flores del mal”.

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