Como
mucha gente se está maliciando, y cada día más, la llamada crisis está
sirviendo de extraordinaria excusa para demoler lo que genéricamente se llama
el Estado de Bienestar. La última reprimenda ha sido una sugerencia de los del
Fondo Monetario Internacional contra los que viven demasiado. Con palabras
melifluas, melindrosas y azucaradas,
para que no se les acuse de vaya usted a saber ni se note demasiado inicuo y
despiadado el mensaje, han lanzado una advertencia contra lo que hasta ahora se
venía considerando como alegre ilusión, el aumento de la esperanza de vida. A
las personas inteligentes con pocas palabas basta para entender el mensaje,
dice un antiguo adagio romano.
Pues
nada, ya sabemos. Llamemos a las cosas por su nombre y empecemos a crear el
ambiente de que está muy mal visto eso de hacerse mayor a ver si de esta forma,
avergonzados al cumplir muchos años, empezamos a buscar remedio a la situación.
Los maságetas, por ejemplo, lo tenían claro: la costumbre pública establecía
que, cuando uno llegaba a muy viejo, se reunieran todos los parientes y lo
inmolaran y, con él, también muchas reses; luego cocían las carnes y celebraban
un banquete. “Lo que, dice el historiador griego Heródoto, se consideraba entre
ellos la suprema felicidad” porque entendían que el estómago de su familia y
sus amigos era una tumba bellísima. Lo malo era cuando estaban enfermos porque
entonces ni felicidad ni nada y, en ese caso, en cuanto se morían los
enterraban sin más considerando que era una gran desgracia no haber llegado a
la edad de ser inmolado.
Claro
que también había gentes muy derrochadoras. Unos pueblos escitas, al contrario
de los anteriores, cuando alguien se moría, llevaban el cadáver tendido en un
carro por las casas de los amigos, cada uno de los cuales lo recibía con un
banquete para los que acompañaban al muerto, al que también ofrecían los mismos
manjares. Y así pasaban cuarenta días de acá para allá hasta que al fin los
enterraban (aunque hay que advertir que los que habían hecho la peregrinación,
después del recorrido, tenían que seguir controles específicos de
purificación). Una praxis que quizá sea bueno que sepan los del Fondo Monetario
ya que podría incluirse como un elemento propulsor del consumo ahora que parece
que al fin van a empezar a proponerse medidas de crecimiento.
Pero
la costumbre realmente significativa es la de aquel pueblo medo en el que
predominaba la sensatez y el sentido común y que muy bien podría aceptarse como
solución definitiva al problema de tanta gente mayor. Entre ellos, cuando una
persona consideraba que se había hecho mayor hasta el punto de que los dioses
la estaban llamando, después de despedirse de toda su familia y sus amigos, se
internaban en el bosque, que estaba lleno de alimañas, y allí o se dejaban
morir de hambre o eran comidos por los fieras. Pero el problema que se
plantearía hoy, en caso de tomarse esta medida, es que hacen falta bosques con
animales que se coman a la gente. Y, aunque algunos dirían que ya hay
suficientes bosques urbanos, la verdad es que son mejores los otros, que
proporcionarían una muerte más hermosa.
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