Otra trampa del lenguaje


        A la vista de tantos engaños y riesgos como nos proporciona nuestro lenguaje, lo que decimos, una forma de ser inteligente es ser precavido en estos menesteres. Es curioso observar cómo el instrumento que nos ha salvado como especie es al mismo tiempo uno de los peligros y de las  trampas más terribles a que nos sometemos en cada momento. Lo que demuestra la razón que tenía Alicia en el País de las Maravillas cuando aseguraba que las palabras significan lo que quiere el que las dice. Y ese juego del que habla puede llevarnos a lo más insospechado.
       Un lingüista muy famoso, del que sus discípulos con las notas de sus clases han construido un libro cuyo título es suficientemente expresivo “Cómo hacer las cosas con palabras,” dice que, cuando damos una indicación o información a otra persona, casi siempre ese acto de hablar incluye tres intenciones o tres propósitos, tres mensajes. Los ejemplos ya son clásicos y muy conocidos. Imaginemos, es uno de ellos, que un policía de tráfico nos revela que una calle por la que pretendíamos pasar está cortada. Esa frase así: "esa calle está cortada al tráfico" significa y supone tres recados. El primero es una simple información que se estima que no conocíamos y que está contenida en la literalidad de las palabras: que la calle está cortada. La segunda intención del agente es mostrarnos la inmediata consecuencia de lo anterior, asegurarnos que no se puede circular. Y la tercera, manifestarnos su decidido propósito de que no va a permitir que lo intentemos siquiera. En el ejemplo de un amigo, cuando la mujer le menciona al marido (o el marido a la mujer) en una fiesta: "son las 6 de la madrugada", de entrada simplemente le está transmitiendo al cónyuge una información, una aclaración al decirle la hora que es. Pero además con esa frase le está indicando, le está avisando del hecho de que es ya tarde o muy tarde. Y, por último, lo que de verdad le importa, el propósito de irse ya de la fiesta.
       La señora Merkel acaba de estar en Grecia y allí ha pronunciado el guion  que todo el mundo esperaba. Tanto se ha plegado, al menos en la imagen pública, que más de uno ha pensado que para ese viaje no hacían falta tantas alforjas ni tantos quebraderos del orden público. Para decir y repetir ese tópico bien pudo haberse quedado en casa. Porque el caso es que los países que dicen andamos en dificultades ya estamos cansados de escuchar siempre el mismo argumento, idéntico sermón de los sabios que en el mundo hay y fueron agentes de nuestras desgracias. Siempre, siempre lo mismo: estáis haciendo las cosas muy bien pero aún falta más”.
         Precisamente los manuales que explican estas teorías suelen utilizar otro ejemplo muy típico. Si alguien me aborda, dicen, profiriendo las siguientes palabras: “¡El dinero, rápido, si quieres seguir con vida!”, supone una información al enterarme de algo que antes desconocía; una amenaza, un aviso y ya no solo una simple aserción; y por último la intimidación previa a una acción invencible. (Por si algún lector desea conocer la terminología, los expertos llaman a cada uno de estos momentos: acto locutivo, inlocutivo y perlocutivo).

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