En la obra más representativa de los
esperpentos de Valle-Inclán “Luces de Bohemia”, hacia el final, una vez que la
vecina comprende que Don Max, el personaje principal, está muertito “del color
de la cera”, hay una curiosa discusión sobre si realmente es así o, por el
contrario, ha sufrido simplemente una catalepsia, que el diccionario define
como un “accidente nervioso repentino, de índole histérica, que suspende las
sensaciones e inmoviliza el cuerpo en cualquier postura en que se le coloque”.
La portera reclama que está muerto del todo y para demostrarlo pide un espejo
pues, una vez aplicado a la boca del cuerpo, “verán ustedes cómo no lo
alienta”. Pero un estudiante de medicina que ha acudido al conocer la noticia,
insiste una y otra vez que no es así que efectivamente se trata de un caso de
catalepsia. El cochero de la carroza fúnebre, que por otra parte tiene prisa en
llevarse “el fiambre” porque tiene otro cliente, propone otra prueba para ver
si realmente está muerto: ponerle una cerilla ardiendo en el pulgar. No son
pruebas científicas, insiste el aspirante a doctor: “usted, sin estudios
universitarios, no puede tener conmigo controversia. La democracia no excluye
las categorías técnicas, ya lo sabe, señora portera”.
Refiere Paul Boghossian que en el
año 1966 el periódico The New York Times, a cuenta del origen de los pobladores
americanos, planteó la posibilidad de que tuviera sentido la tesis de la
“Validez igual”. ¿Cómo se pobló el continente americano?, ¿según la explicación
arqueológica que asegura que seres humanos llegaron hace unos 10.000 años desde
Asia a través del estrecho de Bering o, de acuerdo a las tesis de una tribu
lakota que defiende que “los americanos descienden del pueblo búfalo que
emergió de la entrañas de la tierra, después de que espíritus sobrenaturales
prepararan este mundo para que la humanidad habitara en él?, ¿valen lo mismo
las dos teorías en igualdad del saber?
La Corporación Municipal de Ibiza
aprobó recientemente defender que Cristóbal Colón nació en esa tierra y poner
los esfuerzos que fueran necesarios, (eso sí, siempre que esa defensa no
suponga gasto alguno) para hacer llegar a todo el mundo esa información. Pero
la moción era tan confusa que mientras hubo quien tituló “El Ayuntamiento de Ibiza
aprueba en pleno que Colón era ibicenco”, otros dijeron que “Colón nació en
Ibiza por orden del Ayuntamiento”. Un verdadero galimatías ajeno a cualquier
rigor técnico y científico, una especie de cuchufleta de quien se mete en un
jardín sin saber lo que pisa y sin haber leído en Valle-Inclán que la
democracia, entendida como opinión común soberana, no excluye que haya
conocimientos científicos y categorías técnicas especializadas.
Los hechos son independientes de que los conozcamos o no.
O de que lo sean de manera errónea o acertada. Y el camino para aprenderlos es
lo que llamamos ciencia. Pero parece claro que llevar a cabo esa faena no entra
en las tareas de una Corporación Municipal. Como diría Savater, la moción de
referencia es científica en el mismo sentido que lo es el “Manual de zoología
fantástica” de Borges.
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