Dice Fernando Savater que las
razones que le llevan al conductor de un coche a detenerse ante un semáforo en
rojo le son indiferentes al Estado, que a este le da lo mismo si hace lo
correcto por respeto a los peatones y al buen orden en general o, por el
contrario, si se detiene para evitar que algún policía le cace. Un ejemplo
claro para una cuestión compleja. ¿Tiene derecho el Estado a investigar los
motivos del comportamiento del individuo y, en el caso de que no le parezcan
apropiados, sancionarlo? Y si dispusiese de esa prerrogativa, ¿hasta dónde le
sería permitido llegar?
El profesor Torres del Moral,
hablando de los derechos civiles, dice que el de la intimidad personal y
familiar es bien reciente pero que, pese a ello, ha ido ensanchando su ámbito y
aumentando el número y contenido de intromisiones que no pueden tenerse ni
difundirse de una persona. Y que, sin embargo, esta competencia personal no es
incompatible con el conocimiento por parte del Estado, o Administración
pública, de datos relativos, por ejemplo, a la situación económica. Estando así
las cosas, la pregunta que uno puede formularse es si los motivos para una boda
forman parte del espacio personal reservado y secreto o, por el contrario,
entran en el listado de informaciones a disposición de los poderes públicos.
¿Es legítima la pregunta, más aún la investigación judicial, de “oiga, por qué
se casa usted”?
Las razones por las que la gente decide casarse han sido,
y son, muchos y de los más variados. Aceptada en nuestra cultura de occidente
como norma genérica y general la razón de amor, a ésta la suelen acompañar o
sustituir las motivaciones más peregrinos, sin que por otra parte las normas
sociales sean demasiado estrictas y exigentes a la hora de juzgar este
menester. Así, por citar algunas situaciones, uno se casa como remedio de la
concupiscencia (dicho al estilo antiguo), para evitar la soledad, buscando
ayuda y protección... por el sindicato de las prisas (que es una poderosa
razón, por cierto cada vez menos frecuente) o para dar el braguetazo, en
expresión costumbrista pero precisa. Se puede uno casar por compromiso, por
piedad o a la fuerza. Y por razones políticas (los matrimonios de conveniencia
de los reyes y de los clanes), sociales (tener otra consideración) o
religiosas. Para tener hijos (y suegros así añadidos) a quienes transmitir el
patrimonio genético, económico o cultural. Siguiendo un consejo y, también, el
mandato de los padres y parientes de acuerdo con la tradición y las creencias
más universales que hay en torno a este
tema. Y hasta para reducir el riesgo de infarto cerebral, que el matrimonio
dicen que aminora, si uno es un neurótico, o no pagar impuestos (en aquellas
culturas en las que, para estimular la demografía, la soltería acarrea un
gravamen especial).
¿Tendría
el Estado capacidad de investigar si uno se casa por un braguetazo, palabra por
cierto reconocida por el diccionario?, ¿por qué lo hace entonces si la gran
fortuna se sustituye por unos miles de euros pagados a tocateja, palabra
también admitida? Ya dice Celestina que a quien dices el secreto, das tu
libertad.
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