El mensajero, descubierto


     Desde los lejanos tiempos de la tribu pura y dura, los poderosos eran los poderosos. Aunque pueda parecer una tautología redundante, una repetición innecesaria, eso estaba claro y no ofrecía ninguna duda. Vestidos con unas u otras tareas, todos ellos formaban la casta del poder y gestionaban la vida, la conciencia y la hacienda de los demás, es decir, de los que estaban fuera del círculo de tiza que era el que marcaba el territorio e identificaba a cada uno. Y todo además estaba claro y justificado por la ley natural hasta el punto de que era una heterodoxia de las más perniciosas poner siquiera en duda ese orden y jerarquía de la vida. Luego estaban los imprescindibles escribas y mensajeros, los recaderos encargados de mancharse las manos con el personal, los que recogían la bolsa de los comunes y, especialmente porque siempre fueron muy principales, los comisionados para explicar cómo era el mundo, a quién había que obedecer y qué había que creer.
        Hoy las cosas siguen en los mismos términos y nada sustancial ha cambiado a través del tiempo. Lo único que se ha transformado en mejor y más eficiente es el colectivo de los escribas y mensajeros. Buscando una mejor y mayor eficacia, las estructuras políticas son las que se han perfeccionado en estables y vigorosos Estados modernos con una complejidad legal y administrativa que los antiguos ni pudieron soñar. Y a los que les adjudicamos una serie de preeminencias y prerrogativas que universalmente consideramos razonables. El problema ha surgido en estos tiempos complejos cuando la colectividad hemos descubierto que dichos Estados apenas mandan nada, que son otras fuerzas las que gobiernan el mundo y que los Estados son simples mediadores del poder. Pero no han cambiado las reglas básicas del juego y la camarilla del poder es la misma. La única diferencia es que las nuevas tecnologías han permitido poner sobre la mesa la realidad tal cual es y se ha desvelado el velo que protegía el secreto.
      Sin embargo, tal vez para disimular, todavía hay quienes siguen hablando de hacer menos Estado cuando ellos saben que son simples brindis al sol. Porque ¿dónde van a encontrar los poderosos unos acólitos que le sirvan tan bien a sus intereses? Los Estados siguen ahí, más fuertes y poderosos que nunca, con más ímpetu y potencia que nunca. ¿Quién puede asegurar que el mundo político, el mundo de los gobernantes ha perdido su poder? De ninguna manera. Al contrario, lo han aumentado y desarrollado más de lo que estaba antes y haciendo, como siempre han hecho, de correa de transmisión del verdadero poder. Ahí están las decisiones firmes e indiscutibles que, pese a la movilización de los diferentes pueblos, siguen su camino sin inmutarse, cambiando gobiernos o lo que haga falta.
       Lo bueno de lo que está ocurriendo que es que hemos sabido de manera pública lo que venía pasando de manera oculta y de lo que no teníamos tan clara noticia. Lo malo es que se nos está diciendo que los triángulos son redondos, Y unos se lo están creyendo y otros no pero a fin de cuentas es lo mismo. El Estado seguirá imponiendo su verdad, que es su interés. Nada nuevo bajo el sol. 

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