El argumento de la botella


      Hay mucha gente que se pregunta, más o menos en serio, qué explicación tiene, a qué se debe que, delante de una misma botella, haya personas que la vean medio llena mientras otras la adviertan medio vacía, cuál es el motivo de que unos se fijen en un aspecto y otros en el contrario. Y esto no sólo les ocurre a las personas sino que colectivos enteros perciben la realidad de un color totalmente contrapuesto al que lo reciben los otros. Pero el asunto se complica más aun si existen razones obvias, criterios de racionalidad, que fuercen a fijarse más en un aspecto que en el otro. Si, por ejemplo, enumeramos las condiciones de la existencia de un ciudadano francés y las de un afgano, parece obvio que las de éste último son sensiblemente inferiores a las del europeo y que, puestos a quejarse de la vida, siempre tendrá más motivo el oriental que nuestro vecino. Ver la botella medio llena se supone corresponde al francés y la medio vacía al afgano. Eso parece, al menos, lo razonable, lo lógico. Pero, ¿en verdad es así?
      Pues de ninguna manera. Una investigación llevada a cabo por el prestigioso Instituto francés de Estudios sobre Mercado y Opinión, que se inicia con el pensamiento-eslogan “los optimistas inventaron el avión, los pesimistas... el paracaídas”, sobre el estado de ánimo de la gente asegura que, mientras los franceses encabezan el grupo de países más pesimistas, Afganistán se encuentra en el corro de cabeza de países optimistas, de los que ven medio llena la botella. Y Perú, Kosovo, Nigeria, Ghana. Y también los países emergentes (China, India, Brasil) lo que ya es más lógico pues en este caso cada vez hay más gente en verdad democrática, es decir, que come tres veces al día.
      La aclaración de estas discrepancias de punto de vista no puede ser otra que entender que tanto el optimismo como el pesimismo son perspectivas sobre lo que se espera y se desea, construcciones teóricas, personales o colectivas, de la realidad, en las que juegan los dos bandos: lo que se busca y lo que se encuentra. Decía un filósofo de la Edad Moderna, Leibniz, por razones que ahora no son del caso, que éste es el mejor mundo de los posibles, pero cualquier valoración de la vida está emparentada con el diferente peso subjetivo de lo que cada uno arrastra en su existencia, necesariamente mezclada con los demás.
      Vale lo que cuenta Augusto Monterroso, con el remedo de un principio marxista: “Alguien que a toda hora se queja con amargura de tener que soportar su cruz (esposo, esposa, padre, madre, abuelo, abuela, tío, tía, hermano, hermana, hijo, hija, padrastro, madrastra, hijastro, hijastra, suegro, suegra, yerno, nuera) es a la vez la cruz del otro, que amargamente se queja de tener que sobrellevar a toda hora la cruz (nuera, yerno, suegra, suegro, hijastra, hijastro, madrastra, padrastro, hija, hijo, hermana, hermano, tía, tío, abuela, abuelo, madre, padre, esposa, esposo) que le ha tocado cargar en esta vida, y así, de cada quien según su capacidad y a cada quien según sus necesidades. A fin de cuentas, como dice Goethe, "de lo que uno es / son los otros quienes tienen la culpa". O sea, que vaya usted a saber.

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