Una sugerencia para mejor proveer


        Todos conocemos por experiencia, tanto propia como ajena, lo difícil y complicado que resulta muchas veces tomar una decisión, especialmente si ésta resulta, o al menos así nos lo parece, grave y acarrea consecuencias significativas. Determinar el camino por el que seguir o la senda que hemos de evitar sólo se consigue en muchos casos a base de tensión emocional y de reflexiones interminables y prolongadas. Pero lo peor ocurre cuando, a pesar de un considerable y ponderado esfuerzo mental y sicológico, no acabamos de resolver la duda planteada o la incertidumbre que nos reconcome. Todos recordamos momentos en los que nos ha invadido un sudor anímico por no saber qué es lo que mejor conviene. 
       Cuando la reflexión sobre qué hacer es con nosotros mismos, suelen ser frecuentes los largos debates entre el corazón y la razón y los motivos que aporta cada uno a la hora de decidir qué es lo que es razonable llevar a cabo. Probablemente no haya quien no conozca lo de “el corazón tiene razones...” en texto de Pascal o los versos de Antonio Machado cuando reconoce que “en mi soledad he visto cosas muy claras que no son verdad”. A su vez cuando el asunto compete a varios son las discusiones el instrumento normal para llegar al acuerdo.
        Por supuesto que, aunque estas situaciones no tienen fácil remedio, en especial si lo que nos jugamos ofrece un alto interés moral o material, siempre hay recovecos que pueden ayudar o facilitar el proceso, tanto si la decisión es personal como si es colectiva. Y repasando por ahí bien vale la pena recordar una vez más lo que el historiador griego de la época que llamamos clásica, Heródoto, unos cinco siglos antes de nuestra era, nos cuenta de una costumbre que tenían los persas. El caso es que éstos, que, según asegura el historiador, eran muy dados al vino, solían discutir los asuntos de mayor relevancia cuando estaban embriagados, una práctica que por cierto muchas veces también utilizamos nosotros de manera más o menos espontánea y sobre los temas más dispares. Pero en el caso que nos ocupa ellos añadían al procedimiento un detalle de sumo valor y éste es, dice, que las decisiones que resultan de sus discusiones “las plantea al día siguiente, cuando están sobrios, el dueño de la casa en la que estén discutiendo. Y, si cuando están sobrios, les sigue pareciendo acertado, lo ponen en práctica; y si no les parece acertado, renuncian a ello. Asimismo lo que hayan podido decidir cuando están sobrios, lo vuelven a tratar en estado de embriaguez”. Lo que, dicho de otra manera, viene a significar que el criterio de eficacia y por tanto de cumplimiento de alguna decisión debía venir contrastado y sólo era válido si se llegaba a la misma conclusión estando sobrios y ebrios. En otro caso se abstenían.
        A lo mejor no estaba tan descaminada esa práctica, una especie de copia de seguridad, de juego de contraste. Y hasta quizá podríamos utilizarla nosotros habitualmente, por supuesto de manera ordenada y reglamentada, con su jurisprudencia, reglamentos, y usos y costumbres, porque estructurada racionalmente así seguro que resultaría más rentable y valioso.

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