Las nuevas masas


       Mi querido buen amigo, los lobos siempre se han comido a los corderos; esta vez ¿se comerán los corderos a los lobos?, es decir, hasta ahora unos pocos lobos han subyugado a muchos corderos. Ya ha llegado el momento en que los muchos corderos se vuelvan contra los pocos lobos. Este pequeño párrafo de Elías Canetti, recordando además el texto de madame Jullien en la Revolución francesa, puede resultar clarificador si uno se asoma a los medios de comunicación y advierte cómo por aquí y por allí se está extendiendo un sistema de expresión general, de manifestación pública con algunos tintes muy novedosos. Y no sólo por el procedimiento, que ya sabemos todos de las nuevas redes sociales como sistema de comunicación, algo tan usado y tan obvio que poco nuevo tiene que añadirse, sino sobre todo por el contenido de sus proclamas y el contorno de la exhibición.
       Muy lejos, como algo propio de la antigüedad, ha quedado la sicología de las masas, que diría Freud, como la multitud que se muestra muy accesible al poder verdaderamente mágico de las palabras, las cuales son susceptibles tanto de provocar en el alma colectiva las más violentas tempestades, como de apaciguarla y devolverle la calma. Y también, salvo algún matiz más o menos relevante, escasa vigencia tiene en estos momentos el perfil de hombre masa que Ortega y Gasset desmenuzaba un poco atrás. Sí tenía razón cuando hacía constar el predominio de los jóvenes como contraste en unos pueblos tan viejos como los europeos. Pero no en que la masa de hoy ha venido al mundo para ser dirigida, influida, representada y organizada. La que está presente en la realidad de ahora, la que en este mismo momento está en la calle significa precisamente una nueva forma de expresión colectiva, que no es otra que la singularidad individual de cada uno de los integrantes de la misma.
        Se ha producido un cambio cualitativo decisivo en la manera popular y colectiva de expresar una opinión, de manifestar un punto de vista y, sobre todo, una queja o un descontento. En este rincón de la historia ha surgido un nuevo vector que está transformando lo que los antiguos llamaban la voluntad popular. La suma de anhelos y pensamientos no anula el compromiso personal de cada uno de los que se incorporan a la comitiva. Cada uno de los integrantes de la multitud mantiene su identidad personal. Esto es lo definitivo porque ya no es masa. No hace demasiado tiempo, la civilización occidental aún no había descubierto la intimidad personal, el individualismo, pero, una vez que lo ha hecho, resulta muy difícil olvidar la personalidad de cada uno de los que están en el grupo.
        Este factor moderno y hasta ahora desconocido en las manifestaciones públicas ha supuesto una nueva forma de organización, una nueva identidad plural. Ya no será posible un tipo de articulación o estructura colectiva como la que tomó la Bastilla. Y los líderes, los de verdad y no los que figuran en la nómina pública, deberían darse cuenta de ello. Salvo que esté previsto que el caos sea más rentable porque algo de lo que se destruya habrá de ser reconstruido y eso supondrá más beneficios. Aunque ya veremos.

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