Sí importa el fútbol

      No es baladí la necesidad que tenemos de agruparnos con los demás. Salvo algún que otro misántropo (el de Molière se comportaba así porque estaba enfermo de hipocondría y para colmo le había abandonado su mujer), lo natural es que tratemos de arrimarnos a la gente para no sentirnos solos. Además nos va en ello nuestra identidad y nuestro yo social que es el que a fin de cuentas aclara qué somos en verdad. Ahora bien, es obvio que podemos juntarnos para compartir preocupaciones por asuntos de especial importancia, materias y creencias graves en las que nos va la vida y nuestra conciencia pero también podemos, y lo hacemos, para pasar una fiesta o animar al equipo de casa.
      Pensando precisamente en esto, en cuáles son los impulsos que nos llevan a los demás, hay quien se lamenta de que ahora enganches más bien intrascendentes sean más sonados y populares. Porque podría parecer más lógico que los lazos que nos unieran con los demás fuesen creencias solemnes y pensamientos de relevancia. Así las cosas, hay quien se ha sorprendido de cómo el fútbol, que hasta no hace mucho era considerado un elemento de alienación, de manipulación del poder, una manera de cubrir y tapar deseos y frustraciones, de pronto deja atrás esa carga ideológica y se convierte en la razón de ser de grupos multitudinarios. Y no solo eso sino que ha asumido la recuperación de valores que por fas o nefas andaban escondidos o dormidos. Se vio con la selección nacional y en estos días se ha notado en el fervor de unos y otros como si el fútbol fuese efectivamente algo más que una realidad construida falsamente.
     Pero esta reacción colectiva tiene su lógica interna y su sentido en la sociedad de hoy. No porque, como se dice sin fundamento, los valores se hayan volatilizado y solo queden los sentimientos y las emociones del momento. Valores siempre hay, sean los que sean, porque siempre hay principios de comportamiento que dirigen la acción de las personas. Otra cosa es que nos gusten o no. No se pierden valores, se cambian o, como en un mercado de Bolsa, mientras unos suben, otros bajan. Lo que está ocurriendo ahora es que se ha ampliado considerablemente el arco ideológico y hay menos certezas de pensamiento único y así no es fácil  formar grandes multitudes de personas que coincidan en su manera de ver la vida, la educación o el futuro. Mientras que en otras épocas solo existía un único modelo de familia (diferente según las distintas civilizaciones pero único dentro de cada una), hoy cada persona organiza su vida de pareja como le parece. Frente a tantos puntos de vista tan dispares que mantenemos unos y otros sobre la vida, la muerte o el placer y las tensiones que derivan de esas disparidades, el sentimiento del fútbol superó todos los obstáculos y acabó incluso rompiendo tabúes como el uso y significado de la bandera española.
    Ya que no son posibles grandes colectivos en torno a temas vitales, que además resultan fríos por racionales, nos hemos agarrado a sentimientos elementales y comunes que de manera más fácil nos permiten sentir la sonrisa de los demás. Lo que no quiere decir que los graves asuntos nos importen menos.

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