Agosto
es el reino de las cabañuelas que, como casi todo el mundo sabe, es un sistema
antiquísimo de predicción del tiempo. Basándose en el comportamiento
medioambiental durante determinados días de ese mes, se pronostican las condiciones meteorológicas
que se darán durante el año siguiente a aquel en el que se hacen estos estudios.
Cuando la especie humana, al descubrir la agricultura, se dio cuenta de que el
éxito o el fracaso de su trabajo, es decir tener cosecha o no y poder comer o
no, dependía del buen o malhumor de la naturaleza, se puso manos a la obra para
encontrar procedimientos que le permitieran, por lo menos, conocer de antemano
por dónde iban a ir sus caprichos. Era necesario indagar con la mayor urgencia
las condiciones para la siembra, el abono y la siega. Y esta fue en su día la
respuesta científica y moderna: averiguar los principios que facilitasen una
predicción meteorológica veraz y consistente, basada en la observación y no la
mera especulación. El descubrimiento del método supuso en su momento un avance
tecnológico de mucha importancia.
No
les fue fácil sin embargo a estos genios innovadores implantar sus
procedimientos ya que la propuesta desembocó en dos posiciones ideológicas
enfrentadas con fuerza. El partido de los conservadores insistía en que los
métodos para tales averiguaciones debían ser los de siempre, los heredados de
sus mayores, los que la tradición había consagrado. Habrá que mirar, decían, el
estado de las vísceras de los animales muertos, el patear de las gallinas, el
vuelo de los pájaros, el curso de los ríos o la forma como graznan las ocas.
Aunque parezca extraño, Montaigne
recuerda que incluso hubo un filósofo que defendió que hay aves que
nacen sólo para servir a estos menesteres. Por su parte los cabañuelistas, el
partido de los intelectuales, que eran más racionalistas y que constituían el
cuerpo ilustrado de la época, mantenían una posición ideológicamente opuesta pues
defendían que las predicciones sobre el tiempo y el clima debían hacerse de
manera científica observando la naturaleza y estudiando sus reacciones, lejos
de toda la parafernalia antigua.
Al
final triunfó la razón y la lógica frente al oscurantismo de los adivinos. Aunque
imponer este nuevo sistema fue social y políticamente una empresa ardua y dura
por las fortísimas presiones de los grupos tradicionalistas, que manejaban el
poder, disponían de tribunales de inquisición y eran los dueños de los círculos
económicos, incluidas las ocas y demás instrumentos de medición.
Probablemente
por desconocimiento, pues su fundamento está en su carácter localista, a día de
hoy el sistema de cabañuelas tiene poca o nula credibilidad. ¡Imperdonable
error! porque los humanos listos, los de las sociedades cultas, científicas,
modernas y avanzadas como las nuestras, en lo tocante a lo de comer, vestirse y
habitar hemos vuelto a lo de las vísceras y el andar de las ocas. Con el
agravante de que el malhumor que medimos no es el de la naturaleza sino el de
los mercados, una especie animal nueva (parece que con cuernos y rabo) que, a
su capricho, juega con nosotros.
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