En un cuento de d. Juan Manuel había
en Córdoba un rey moro que se llamaba Alhakem que, dado que su reino se
mantenía razonablemente, no trabajaba ni
se esforzaba en hacer cosa honrada ni de gran fama, de las que acostumbran y
deben hacer los buenos reyes sino que, por el contrario, solo de ocupaba de
comer, folgar et estar en su casa vicioso.
O sea que Alhakem, a juicio de Patronio, su consejero en el relato, estaba
dedicado a la holgazanería y a la ociosidad. No es que estuviera todo el día de
fiesta, cosa que les ocurría a otros personajes de los cuentos, sino que su
tarea, por llamarla de alguna manera, era la galbana. Las fiestas, ya se sabe,
nada tienen que ver con el descanso sino que eran y son una alternativa emotiva
y singular a la rutina de cada día, el paso a una vivencia de totalidad con
comportamientos y ritos propios acomodados a una celebración. Una cosa es una
fiesta y otra un día de descanso. Ya el poeta griego Hesíodo, hace casi treinta
siglos, preocupado porque los humanos, “comedores
de pan”, nos aficionáramos a no trabajar, refería que los dioses nos mantienen
oculto los medios de vida para evitar que, trabajando un solo día, estemos
ociosos todo el año.
Al interpretar las fiestas como
alternativa a la productividad se cae en un simplismo conceptual de escaso
alcance teórico. Las fiestas siempre han estado encajadas en la actividad
productiva. A nadie se le ocurría inventar una fiesta en plena faena
recolectora o cuando el campo exige una completa atención. Justamente la
terminación de la temporada era la que se transformaba en fiesta. El
intríngulis es que, salvo alguna singular, las fiestas han dejado de celebrarse
y han quedado como una denominación justificativa, no culpable, de un día de
descanso.
Y es en esta perspectiva en la que
(llamándolos por su nombre, día de descanso) convenga racionalizar la tarea humana, la
actividad colectiva. Porque si ya no creemos en santa Padiana o no nos emociona
el final provechoso de la trilla, entre otras cosas porque ya no hay nada que
aventar y ni siquiera existe la era, si la traición a las conmemoraciones es
tal que hasta las conmemoraciones institucionales se celebran escandalosamente fuera
de su día, para qué queremos la fiesta, qué alcance antropológico supone seguir
manteniendo la festividad de su celebración. Y si, por el contrario, como dice
B. Partridge, en el mundo actual el culto a la fertilidad ha sido reemplazado
por el culto a las vitaminas o a las píldoras que aumentan la potencia sexual,
pues razón de más para gestionar días de descanso.
De vez en cuando se habla del
adanismo español como uno de los vicios más habituales en nuestra tierra, una
tendencia o manía de comenzar cualquier actividad como si nadie la hubiera
ejercitado anteriormente. Pero ese afán salvador, que acaba en arbitrismo, es
al final papel mojado. Porque este adanismo nuestro, las más de las veces,
acaba siendo más retórico que efectivo pues a poca gente le gusta que en verdad
se rehagan y organicen las cosas de otra manera y así lo que en principio es el
comienzo de un nuevo camino acaba convirtiéndose en pequeños arreglos de las
cunetas.
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