Cómo medir el tiempo


      Bueno será empezar diciendo que entonces el sistema de medición del tiempo no acababa de adaptarse a los movimientos de la Tierra y Febrero, por ser el último mes del año y como el furgón de cola, era el que sufría todos los retoques habidos y por haber. Después Enero y Febrero pasaron a colocarse los primeros, parece que para que los cónsules romanos, que se elegían a primero de año, dispusiesen de más tiempo para hacerse cargo de la situación y preparar las rutinarias hostilidades primaverales. Aunque, claro, esto de los meses y del calendario, lo de llevar una contabilidad precisa del transcurrir de los días y de las noches, era un asunto exclusivo de líderes políticos y militares. Y también de prestamistas. Sin embargo para el pueblo llano, los agricultores, los campesinos o los jornaleros era algo no solo prohibido sino desconocido y que ni les iba ni les venía, ellos se regían por los ciclos naturales. Además, durante la Edad Media, se entendía que el tiempo sólo pertenece a Dios y había quien consideraba pecado medirlo o sacar provecho de ello. Y el problema de fijar la fecha universal de la Pascua era un asunto de exclusiva responsabilidad del papa y sus ayudantes.
      Vitalmente, y al margen de hipotecas, el tiempo no es sino la forma que tenemos los seres humanos de captar la realidad, de manera que necesariamente percibimos las cosas como anteriores, simultáneas o posteriores unas a otras. Medir el tiempo, que siempre es subjetivo y relativo, parece una contradicción. Es la guasa que rechaza san Agustín cuando cita al bromista que, a la pregunta de qué hacía Dios antes de crear el mundo, respondía: preparando el castigo para los que hacen esa pregunta.
      Pasaron pues enero y febrero a encabezar el año pero lo más significativo y de mayores efectos en nuestra civilización fue la decisión de Julio César de apostar por el sol. Es la cuestión clave y la que da origen a que haya en el mundo dos calendarios básicamente distintos. ¿Medimos el tiempo de acuerdo a los movimientos del Sol o los de la Luna?, ¿la Luna o el Sol?
      Pues lo curioso a día de hoy es que hacerse esa pregunta es perder precisamente el tiempo a pesar de los almanaques que llenan nuestras casas y nuestra vida. Porque hemos entrado en la época del reloj atómico. El futuro, y de alguna manera el presente, ya no implica la opción del Sol o la Luna sino el cesio. Desde 1972 se mide el “Tiempo Universal Coordinado” por las oscilaciones a nivel atómico del cesio, un metal, dicen, extraño, blando y de color gris azulado. El problema viene en que es ahora la Tierra la que tiene oscilaciones y no se ajusta a esa exactitud atómica, por lo que estamos como al principio pero al revés, con un modo teórico de contar el tiempo por un lado y por otro la realidad física que no se adapta a la medición. Y así, según un entendido, la medición en nanosegundos es que, cada vez que alguien va en avión, aumenta su año con unas milmillonésimas de segundo más. ¿Y sirve esto para algo? Solo para el viejo chiste de Gila de quitarse años. Pero cuando haya, y si llegan, velocidades extraordinarias en este o en otros universos ya será otro cantar. Mientras, ya veremos.

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