Tres graves desatinos


     Hablando de tramposos, resulta que en la antigüedad quizá el más famoso fue un personaje mitológico llamado Sísifo. Y fue su historia tan renombrada que, incluso en nuestros tiempos, su hazaña ha sido y es objeto de grandes y complejos estudios que llevan a cabo autores circunspectos, fijándose especialmente en las consecuencias que le acarreó su acción. El caso es que Sísifo fue tan osado (y ahí estuvo su primer error) que a quien pretendió engañar fue nada más y nada menos que a los dioses y eso si que por más que éstos estuviesen entretenidos en sus tareas habituales, resultaba, como se pudo ver en este caso, peligroso y amenazador. Porque los dioses no perdonan con facilidad a los mortales y mucho menos cuando alguno pretendía tomarles el pelo. Menudos eran los dioses. Incluso por rivalidades menores eran capaces de armar hasta la guerra de Troya (que, como se sabe, no fue sino el resultado de un ataque de celos de Minerva y Juno por Venus cuando lo de A la más hermosa). 
        Y es que una de las cosas que más molestan a los dioses es que los humanos se hagan pasar por listillos. Porque se puede ser impulsivo o melancólico; a lo mejor, pasional; incluso criminal en el más puro sentido de la palabra. Pero eso de querer hacerse el avispado, el sabihondo y hasta el sabelotodo les parece a los dioses una afrenta que en ningún caso están dispuestos a tolerar. El segundo grave error de Sísifo: no darse cuenta de que todos llevamos nuestro orgullo y los dioses no podían ser menos.
     En germanía, en el lenguaje, jerga o manera de hablar de rufianes, truhanes y bribonzuelos, usada por ellos y sólo entre ellos, al que hace trampas en el juego se le llama florero. Pues Sísifo en el fondo es una especie de patrón laico de maleantes y engañadores, patrón de floreros, de aquellos que buscan todas las triquiñuelas posibles para su propio beneficio. Pero no precisamente de los grandes malhechores, que esos tienen otros modelos en que aprender, sino de los fulleros, tramposos de poca monta. Que es lo de Cervantes cuando Rincón pregunta a su guía si es por ventura ladrón, a lo que responde que sí, para servir a Dios y a las buenas gentes, aunque todavía no está muy cursado ya que está en el año de noviciado.
       La historia es que, cuando Sísifo estaba a punto de morir, pidió a su mujer que no enterrara su cuerpo, lo que ésta cumplió rigurosamente. Y así, una vez que llegó a la mansión de los muertos, solicitó permiso para volver a la tierra a cumplir ese rito tan imprescindible y castigar a su mujer por la tropelía que había cometido. Plutón se lo permitió a condición de que no se entretuviera demasiado. Pero Sísifo, una vez que regresó a la vida, se jactó del éxito de su embuste y contó a sus amigos que no tenía el propósito de volver a los infiernos. El dios Mercurio se vio obligado a llevarlo por la fuerza y, como castigo, lo condenó a arrastrar eternamente hasta la cima de una montaña una piedra enorme que volvía a caer siempre que llegaba arriba. Y esa fue la otra equivocación de Sísifo, que creyó que lo que hacía era una falta de poca importancia. Menos mal que hoy ya no hay casos tan perdidos como este, que ahora es otra historia. O no.

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