Apuntes sobre el mentiroso


      Al parecer, todo empezó cuando un natural de la isla de Creta, un cretense por tanto, famoso por poeta, filósofo y, según algunos hasta profeta, llamado Epiménides, parece que pronunció la frase que dio origen a tantas discusiones. “Todos los cretenses son unos mentirosos” dicen que dijo y, claro, siendo él cretense como ya se ha dicho, planteó, puede que sin quererlo, un problema filosófico con consecuencias incluso morales Aunque parezca de entrada una tontería, la frase resulta un símbolo de lo que no se  puede decir, no por falso o cualquier otro defecto sino porque simplemente es una contradicción que se aprecia así: “Todos los cretenses son unos mentirosos”, yo soy cretense, luego soy mentiroso. Afirmar que todos los cretenses son unos mentirosos, si el que lo dice es cretense, significa que él también es mentiroso y por tanto no es verdad lo que está diciendo, a saber, que todos los cretenses sean mentirosos, luego todos los cretenses son veraces. Pero si todos los cretenses son veraces cuando un cretense afirma que todos los cretenses son mentirosos está diciendo la verdad y por tanto todos los cretenses son mentirosos. ¡Vaya lío tan claro!
        Cuando en la antigüedad griega empezó a formarse y analizarse el funcionamiento de la mente humana, en seguida aparecieron estudiosos que de una u otra manera empezaron a mostrar las contradicciones que, muchas veces sin querer, encierra nuestro pensamiento y nuestro lenguaje. Y, como suele ocurrir en estos casos, siempre hay quien únicamente se dedica a buscar las reglas que nos impidan caer en afirmaciones contradictorias, las que dirían sí y no de la misma cosa y al mismo tiempo, por lo que es imposible lo que significan y están  diciendo. Hubo quien, llevado de estas reflexiones, cayó en un escepticismo tremendo llegando a afirmar que el lenguaje está lleno de trampas y por tanto la comunicación entre nosotros siempre se impregna de equívocos y a eso se debe que discutamos tanto porque uno dice una cosa y se le entiende otra. Y otros, por fin, acaban haciendo un arte de frases oscuras y equívocas.
      El más conocido como experto en estos juegos y malabares polemistas fue un tal Eubulides de Mileto, que vivió en el siglo IV antes de nuestra era, y es precisamente al que se le atribuye la paradoja del mentiroso. La afición por las contradicciones del lenguaje siguió durante muchos siglos y en la Edad Media llegó a ser de hecho una ciencia de enorme importancia. Los aprovechados de las incongruencias de la palabra fueron de todas formas muy útiles porque mostraron efectivamente las grandes limitaciones que alberga en su funcionamiento nuestra mente y nuestro lenguaje, sus incapacidades, sus incompetencias y sus dificultades. Y porque forzaron el ambiente científico para estudiar y proponer reglas para dirigir adecuadamente nuestro lenguaje y pensamiento.
      Probablemente el ambiente público esté demasiado intoxicado de la mentira, de los mentirosos y, también, de la palabra mentira y mentiroso como insulto y como supuesto argumento político, sin darse cuenta de lo contaminante que resultó el discurso de Epiménides.

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