Casi desde que comenzó el discurso democrático, por
nuestra tierra se ha extendido en determinados ambientes, sin duda en demasía,
la especie de que no militar en un partido político es como el carné de
garantía de objetividad, lo que, planteado al revés, significa que todo aquel
que ha optado por inscribirse o "tomar partido", ha hecho dejación
expresa de su independencia y pasa a engrosar las listas de quienes únicamente
se mueven por razones subjetivas y en función de los intereses del partido en
el que militan. Son muchas las personas y las instituciones tanto públicas como
privadas que ofrecen en su tarjeta de presentación esta supuesta prueba de independencia
de criterio. Incluso, cuando se celebran elecciones en algún colectivo o
sociedad, siempre aparece el candidato que ofrece a sus votantes como aval de
su autonomía el espécimen de que no tiene nada que ver con ningún partido.
Pero esta posición, en un
análisis riguroso, no tiene fundamento sólido ni coherencia interna en que
apoyarse. Quienes utilizan esta argumentación, incluso haciéndolo con buena
voluntad, caen en una trampa de significación ya que, aplicando la lógica hasta
el final, si se dedujera algún tipo de bondad del hecho de no estar afiliado, y
la independencia de criterio lo es, deberían prohibirse por inútiles o nefastos
los partidos políticos. Incluso volviendo el argumento del otro lado, podría
decirse que no estar asociado sería consecuencia de falta de solidaridad o
compromiso, dado el papel relevante que estos tienen a la hora de cohesionar la
sociedad.
Sin embargo la cultura mundial
histórica y dominadora los considera útiles socialmente, independientemente de
todas sus impurezas, mientras en ninguna sociedad democrática es obligatoria la
afiliación ya que no ingresar ni trabajar con un partido político en ningún
caso puede entenderse como forma de no colaborar con el bien común. Como
tampoco es signo de sectarismo, adoctrinamiento o dependencia interesada poseer
un carné. Aplicar en sentido personal algunos de estos principios sería como
asegurar que se es mejor o peor persona porque se sea o no socio del club
deportivo o de la asociación de vecinos. Una cosa son los beneficios que
producen los grupos sociales en orden a la estructuración de una sociedad y
otra la implicación personal.
Desde el punto de vista ideológico, para ingresar en
un partido basta tener una concepción de los horizontes sociales coincidente en
términos generales con su ideario. A partir de ahí el nivel de identidad, o
sectarismo, depende de las condiciones personales, y los valores o
contravalores de la persona no se modifican en absoluto: quien es reflexivo y
sereno lo sigue siendo y el que actúa con doblez no dejará por ello de hacerlo.
Por el contrario no hacerlo no significa la pura imparcialidad. Al contrario,
puede que incluso primen intereses corporativos, económicos, doctrinarios o de
cualquier otro tipo mucho más fuertes y más coercitivos internamente. Por eso exhibirlo
con orgullo y presentarlo como un valor positivo es cuando menos sospechoso y
un lamentable juicio.
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