Dicen que la filosofía anda por ahí, en bañador y
chanclas, tratando de ganarse el favor de la gente y ofreciendo sus servicios y
su experiencia en unos tiempos como estos en los que andamos metidos en
tantísimos líos. (Y por si no estaba todo tan enmarañado y enrevesado, ¡lo que
faltaba! ahora vienen los ricos –de algunos países, no de todos, que es
conveniente distinguir lo distinguible y separar lo separable- a complicar más
las cosas con aquello de que venga, que nos cobren más impuestos, que, vista la
crisis y lo que está pasando, queremos pagar más).
Pero no se
crea que este ofrecimiento de la filosofía sea una novedad, que siempre en
los momentos en los que ha parecido temblar
la civilización ha jugado un papel primordial tratando de atemperar los
fervores que ni siquiera son creativos.
A la filosofía le pasa como a los perdedores de romance, aquello que le
reprochaba Pedro Salinas a Fernando Villalón, (aquel poeta cuya tarjeta de
presentación fue siempre el comentario que hizo a Gerardo Diego: mi mayor
ilusión como ganadero de reses bravas se cifra en obtener un tipo de toro de
lidia que tenga los ojos verdes") que era "un perseguidor de la
poesía; pero iba siempre con los ojos vendados. La perseguía a trompicones,
tropezando… De estas breves posesiones son sus poesías”.
La filosofía, muy ingenua, pensaba que a lo mejor ahora
en verano, cuando se abren las ventanas, alguien la encontraría entre las cosas
viejas. Pues ni por esas. Ni está de moda y ni siquiera se sabe si existe. Por
eso se ha visto obligada a acudir a donde está la gente, en un desnudo impropio
de su edad y condición. Y dicen quienes la han visto que anda jugando con el
dios de los lápices que es el lápiz de labios. A
lo mejor es que no se fía ("llegaron los sarracenos / y mataron a los
cristianos / que Dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos) y por
eso anda ofreciendo lo que nadie escucha. Pero ya vendrán otros tiempos y
a lo mejor vuelve a estar en los periódicos sin tener que irse yendo por ahí
con no se sabe muy bien qué compañías. Que por ahora eso de andar con chanclas
empieza a ser un problema, prohibidas como están en tantos lugares de por aquí
y en tantos reglamentos urbanos.
Se cuenta en una colección de biografías de filósofos
antiguos que, allá por el siglo IV, uno de ellos, Edesio de Capadocia, era de
familia noble pero que ya no disponía de una gran fortuna y que su padre,
viendo su inteligencia natural, lo había enviado a Atenas con la pretensión de
que allí se formase bien pensando que había encontrado un tesoro en su hijo.
Pero que a su regreso, cuando descubrió que en lugar de haber aprendido algún
saber de los que permiten ganar dinero en abundancia, se había aficionado a la filosofía,
lo echó de casa por considerarlo un inútil, al tiempo que le preguntaba: “dime,
¿qué provecho te aporta a ti la filosofía?” Y que, al oír esto, Edesio se
volvió y le respondió: “No es pequeña cosa, padre, haber aprendido a respetar
al propio padre cuando este lo está echando de casa”. Fue entonces cuando el
progenitor, consciente de su equivocación, lo llamó para que volviera mientras
que aprobaba su carácter virtuoso. Amén.
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