La medicina que mata


      Tres procedimientos se pueden utilizar para resolver el difícil problema de ponernos de acuerdo a la hora de tomar decisiones colectivas. Uno es la negociación pura y dura, yo te doy y tú me das, “transacciones de mercado donde se intercambian amenazas y promesas”; otro, la discusión, que consiste en debates donde se confrontan opiniones y argumentos en orden a convencer a los otros de las bondades de lo que creemos o pensamos; y el  tercero, la votación, que en realidad no es sino una suma de opciones privadas adoptadas en el silencio y soledad de cada uno. Los tres sistemas dan lugar a tres modalidades de democracia: la de mercado, la deliberativa o la votación.
       Como es evidente, las modernas democracias representativas se fundan en esta última, combinada con dosis variables de los otros dos procedimientos. El contrato solo puede hacerse en muy contadas ocasiones cuando las dos partes tienen algo que ofrecer de valía más o menos semejante. Por ello no puede equipararse, aunque hay quienes lo predican, al sistema de votación. La disparidad y la distancia entre el voto individual y la concepción de la organización colectiva de la sociedad es tal que en rigor de ninguna manera puede homologarse. 
      Donde hay un verdadero debate en es en torno a la democracia deliberativa, nunca naturalmente referida a unas elecciones generales ya que en ese caso lo único aplicable es la escenificación pública de los candidatos. Este tipo de democracia tiene apologistas y defensores de sus valores, su interés social y de los beneficios que promueve. Por el contrario muchos son los que consideran que las deliberaciones encierran tantas patologías que no solo no son aconsejables sino ni siquiera posibles. En principio porque nadie convence a nadie de nada y, en su práctica, porque es casi imposible la igualdad de formación, carácter y dialéctica de los que deliberarían juntos, además de que hay de sobra estudios sociológicos que demuestran que apenas escuchamos a los demás, que en todo caso, si somos educados, estamos esperando a que terminen su rollo para exponer el nuestro pero sin que atender sus razones.
        En las sociedades actuales la votación es lo único viable aunque en el fondo suponga un ejercicio de fuerza y poder. La perversión viene de su inevitable praxis. Cuando el piloto escucha como insistente tarjeta de presentación del principito: -“Dibújame un cordero…” y comprueba su incapacidad de hacerlo, recordarán que corta por lo sano, garabatea un dibujo y le dice. –“esta es la caja. El cordero que quieres está adentro”. Así son las cosas. Ahora una sencilla teoría económica y social al alcance de cualquiera ha sido ocultada en una caja, en un eslogan, de absurda culpa generalizada que mucha gente se ha creído del todo. Mientras, nos moriremos estafados purgando un pecado que no hemos cometido. Y no es un descarrío que haya que achacar demagógicamente a los políticos (que tampoco nosotros somos mejores que ellos y solo vale mirar si en nuestra vida cumplimos o no el código que les exigimos). Pero esas son las reglas de juego y solo ganará quien mejor las maneje. ¡Qué se le va a hacer!

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