El amigo ingenuo y cándido


      No es una feliz situación tener al lado un amigo ingenuo, y no digamos cándido, al menos en estos días  tan ajetreados y convulsos en los que casi ni se puede dar una ligera cabezada en el sillón a mediodía. Momentos ha habido en los que contar con un amigo con esa condición ha sido más bien un latazo y un engorro porque de pronto te complica la vida y el pensamiento cuando hace ademán de ponerse al corriente de lo que está pasando y luego resulta que no se ha enterado nada y, claro, a uno le mete en una situación confusa. Pero ahora que, en cuanto se le cierran a uno los ojos a la siesta, suena de pronto la sirena de los mercados tratando de derribar la puerta para hacerse con esa calderilla que uno va depositando en el viejo cenicero, tener cerca a alguien así es un sin-vivir y casi un sin-dormir.
      Porque vamos a ver: ¿por qué se enfada tanto con los mercados cuando tendría que estarles agradecido?, ¿por qué está a la que salta con los pobres especuladores que no hacen otra cosa que mover el dinero para que yendo de un sitio para otro algo siempre deje algo por el camino? Y es que de ingenuo ha pasado a incrédulo. ¿Pues no decía el otro día ante un grupo muy numeroso de gente, la vergüenza que me hizo pasar, que eso de que hay que satisfacer a los mercados, tranquilizarlos y darle garantías de confianza es una tontería y una pérdida de tiempo, que los mercados son como aves de carroña que en cuanto huelen sangre se ponen a saltar de alegría, como en aquel cuento del enano saltarín, y que, por más que hagamos, empiezan a picotear hasta llegar al tuétano donde encontrar alimento del bueno?
        Y no hay manera de convencerle de que los mercados son serios y formales, que con sus amenazas lo que buscan es que no seamos tan dilapidadores y miremos más por el euro, que hemos creado una civilización de despilfarro que ellos tratan de frenar para que vivamos con más ascetismo y austeridad, como los pájaros del cielo y los peces del mar que ni guardan comida ni se preocupan del lujo y demás pecados gravísimos, que no podemos andar por ahí endeudándonos a trochemoche, y que muy a su pesar se han hecho los dueños del mundo para meternos en vereda y que seamos en lo sucesivo buenos, humildes, sencillos y no soñemos con imposibles que eso produce dolores de cabeza y hasta algún que otro suicidio por la frustración que genera….
        Y es que resulta muy difícil de entender cómo no es capaz de valorar la promesa que el criado de confianza le trasmitía al invitarle nada menos que a presenciar el paso del rey por los pasillos de su palacio y le aventuraba que era bastante probable que el monarca se dignaría mirarle cuando pasara por la galería y no estaba descartado que le hiciese una inclinación de cabeza. Pues ni por esas. El insiste en que hay que hacer como cuando el terremoto de Lisboa, que la Universidad de Coimbra dictaminó que el espectáculo de personas quemadas a fuego lento sería garantía de que no hubiese más terremotos. Lo que pasa es que no se escogieron bien a las víctimas porque  elegir a un vizcaíno que se había casado con su comadre y a dos portugueses que habían tirado la grasa del pollo, era no estar en lo que hay que estar. Y en esas estamos.

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