Ay de los pobres pecheros

        La monarquía española, cuenta el historiador Manuel Fernández Álvarez,  estaba, como se dice familiarmente, sin blanca. A pesar de ser la dominadora del mundo en el plano político, militar y diplomático y de que en su imperio no se ponía el Sol, la situación económica no podía ser más catastrófica. Gastos y más gastos que no había manera de financiar ni de cubrir. Los intereses de las deudas contraídas se llevaban el 50 por ciento de los ingresos fijos, que habían de pagarse a los banqueros europeos que acudían al rescate (por cierto en su inmensa mayoría, judíos). Declararse en quiebra ya lo había hecho en más de una ocasión y no era cuestión de llevarlo a cabo todos los días, así es que para evitar la catástrofe total no había más remedio que buscar dinero donde fuere, primero para sobrevivir y, después y sobre todo, para dar cumplimiento a las grandes y altas tareas que la divina Providencia tenía encomendadas a este Imperio salvador, que si traer a los protestantes a la verdadera religión o la lucha contra el moro, como dos de las principales.
        Y ¿cómo fueron resolviendo el problema?, podrá preguntarse más de uno. Puesto que no llegaba con lo que venía de las Américas, el ingenio de los arbitristas, hoy diríamos economistas asesores y mentes privilegiadas al servicio de las grandes ideas, no paraba de inventar sistemas (el antiguo papel timbrado que algunos recordarán fue uno de sus más felices descubrimientos) para que los ingresos del erario público aumentasen. Pero ello no era suficiente ¿Qué hacer entonces? El historiador citado dice que solventaron la crisis simplemente aumentando los impuestos existentes y creando otros nuevos. O sea, como siempre, con los pecheros, es decir, con los pagadores de impuestos, pues las clases ociosas (los nobles y los clérigos) no solo estaban exentos sino que percibían sus diezmos y demás bagatelas.     
       Y ¿por qué no recordar este texto de finales del siglo XIV donde estaba todo tan claro? Sabiendo que “pechos” significa impuestos; “afrechos”, la cáscara del grano desmenuzada por la molienda; y que “cuitado” equivale a desventurado, se pueden leer las quejas y lamentaciones desesperadas de los pecheros: “Los huérfanos y viudas, que Dios quiso guardar / en su grant encomienda, véoles vozes dar: / «Acórrenos, Señor: non podemos durar / los pechos e tributos que nos fazen pagar». ///   De cada día veo inventar nuevos pechos / que demandan señores demás de sus derechos; / e a tal estado son llegados ya los fechos / que quien tenía trigo non le fallan afrechos. /// Ayúntanse privados con los procuradores/ de cibdades e villas; fazen repartidores / sobre los inocentes cuitados pecadores; / luego que han acordado, llaman arrendadores”. (Este texto es copia literal del “Rimado de Palacio”, obra de Pedro López de Ayala).
     Claro que había quien lo tenía todo claro: cada uno nace con una función de la que no puede librarse y así “el oficio del labrador es cavar; el del monje, contemplar; el del ciego, rezar; el del oficial, trabajar; el del mercader, trampear; el del usurero, guardar; el del pobre, pedir…”, asegura Antonio de Guevara.

No hay comentarios:

Publicar un comentario