Las argumentaciones electorales

   Enredarse en las palabras es mucho más peligroso de lo que a primera vista pudiera parecer porque, si bien parece que a veces se las lleva el viento, también lo es que, como las armas, las carga el diablo. Sobre todo porque puede uno caer en el engaño de creer que unas cosas son distintas de otras simplemente porque las hemos llamado de otra manera, como ya advertía un filósofo inglés llamado S. Mill y como si del dicho al hecho no hubiera un trecho la mar de largo. Y siendo una campaña electoral la gran feria de las palabras, es el escenario en el que mejor se demuestra esta fullería filosófica.

    El ejemplo de cómo se puede caer sin darnos cuenta en la trampa son las argumentaciones que se utilizan en este mercado de esperanzas. Como, por ejemplo, las que se llaman por reducción al absurdo, de las que hay un buen ramillete, y que consisten en que, desarrolladas lógicamente hasta sus últimas consecuencias llevan a lo imposible. Proponer precios iguales para todas las casetas de la feria buscando un uniformidad de uso puede ser una buena intención pero es una propuesta sinsentido porque para provocar la igualdad real tendría que ser la oferta de todas las casetas absolutamente idéntica en cantidad, calidad y servicios lo que obviamente es imposible en cuanto a un cocinero le duela la cabeza o el número de demandantes desequilibre la compraventa. O, hablando de festejos, anunciar una feria de todos, (independientemente del significado de la preposición “de”, que se supone que no aclara que no se va a pedir carné para entrar) lo contrario sería decir que no será para algunos o lo contradictorio que no sería para nadie, por lo que es un sofisma de falta de contenido, o sea no decir nada. 
     También aparecen otros modos singulares de argumentar. Como el falso dilema que utiliza un candidato cuando asegura que no ha leído un libro en su vida porque, "mi libro está en la cabeza y lo que me puedan decir los libros, o lo sé ya porque lo he aprendido antes de la vida, o es mentira", que es un remedo bastante bien conseguido del argumento que se achaca al califa Omar para destruir la biblioteca de Alejandría: o el contenido de los libros está de acuerdo con la doctrina del Corán y entonces son inútiles o tienen algo en contra y en ese caso deben destruirse. Como la falacia del embudo o caso especial cuando el responsable de una lista culpa a los de otra de haberle colocado un nombre porque eso es reconocer que uno no es dueño ni maneja su propio escalafón. Asegurar sin más precisiones que se va a resolver el paro es lo mismo que decir que se va a hacer el bien y no el mal, lo que llaman los expertos una anfibología, es decir, algo que por significar todo, no designa nada. 
    El problema de fondo que plantea el discurso electoral es que técnicamente desde el punto de vista del lenguaje la expresión “te prometo” no es verdadera ni falsa porque ni afirma ni niega nada sobre la realidad como cuando decimos que es de día o que esto es una flor y lo que tenemos delante desmiente o confirma lo que estamos diciendo. Pero como una cosa son las palabras y otra la realidad, también es provechoso descargar de dramatismo los juegos de palabras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario