Felicidad interior bruta

         En Bután, un pequeño país de algo más de dos millones de habitantes, junto a Nepal entre La India y China y que hasta hace poco vivía en un ambiente medieval sin moneda y sin teléfono, han decidido sustituir el PIB o Producto Interior Bruto por el FIB o “Felicidad interna bruta”, un medidor que define la calidad de vida o el nivel de felicidad de los habitantes de ese país. Dicho de otro modo, frente a nuestra concepción mecanicista y económica, para medir el rendimiento del trabajo han sustituido unas escalas de productividad por otras  de felicidad.           
        El sistema está basado en cuatro pilares o referencias principales, nueve campos de desarrollo y 72 indicadores de la felicidad. En concreto, el Gobierno ha determinado que los pilares básicos de una sociedad son la economía, la cultura, el medio ambiente y el buen gobierno que a su vez éstos se dividen en nueve campos: bienestar psicológico, ecología, salud, educación,  cultura, formas de vida, uso del  tiempo, vitalidad de la comunidad y buen gobierno, cada uno con su propio índice FIB ponderado y no ponderado. Al final todo ello se analiza por medio de 72 indicadores. En el campo del bienestar psicológico, por ejemplo, los indicadores incluyen la frecuencia de la oración y la meditación,  y de sentimientos como el egoísmo, los celos, la tranquilidad, la compasión, la generosidad y la frustración, además de los pensamientos suicidas. “Desglosamos incluso las horas del día: ¿cuánto tiempo pasa una persona con su familia, en su trabajo, etc.?”
       El objetivo de promover desde las esferas públicas del poder la felicidad de los ciudadanos no es desde luego algo original. Ya, por ejemplo, la Constitución Española de 1812 reclama que el objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación y aunque esta finalidad como objetivo político ha desaparecido de la Constitución vigente, aun permanece en los textos correspondientes de algunas naciones hispanoamericanos. Por eso que un gobierno promueva la felicidad de sus gentes no es especial invención. Lo novedoso de este caso es haber creado un sistema para medirla en términos contables.  
            Difícil y complejo el problema de medir la felicidad en términos de escalas numéricas cuando, para colmo, ni siquiera es fácil ponerse de acuerdo en qué significa esta palabra. Ya lo decía en el siglo IV el gran filósofo Aristóteles, que coincidiendo todo el mundo en que es el más elevado de entre los bienes que pueden realizarse, no la explicamos de la misma manera unos y otros.      ¿Querrá significar de nuevo que el alma y el espíritu occidental son radicalmente diferentes de los orientales, que, como dijo Rudyard Kipling en frase desconcertante “El Oriente es el Oriente, el Occidente es el Occidente y no se encontrarán jamás”?
         De todas formas no hay que engañarse con las apariencias. Nuestro lenguaje, usado para hablar de nuestros sentimientos, está atiborrado de adjetivos cuantitativos. Hasta en el saludo planteamos el cuanto del estado de ánimo o de bienestar. Y a lo mejor la diferencia está en que frente a nuestras imprecisiones, ellos han descubierto el verdadero termómetro de la vida satisfecha.

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