La historia y las condiciones de vida del viejo Elvis, según los investigadores descubren más piezas de su esqueleto, están resultando de lo más interesante para reflexionar sobre la conducta humana. Elvis era un hombre que, como otros muchos, vivió hace más de medio millón de años por la Sierra de Atapuerca pero lo que lo hace singular es que padecía una serie de lesiones que le debían producir dolores tan agudos que le impedirían caminar y en estas condiciones llegó a vivir hasta casi cincuenta años, una barbaridad para la época. "Este hombre o no se movía del sitio, o usaba un bastón, o recibía ayuda de otros; si comía carne era porque otros se la daban y si se desplazaba era porque otros le asistían, un posible comportamiento altruista y complejo de aquellos individuos preneandertales” han dictaminado los expertos.
Contado así sin más matices, el relato resulta natural y sin aristas: si es fama que antiguamente a los ancianos se les respetaba y cuidaba, es lógico pensar que Elvis recibiría los cuidados propios de su condición, nada por tanto especial. Pero otra cosa es si tratamos de explicar el comportamiento de “los otros” a la luz de lo que dicen las ciencias, especialmente la biología y la sociología. Porque el proceder altruista es una de las paradojas de más difícil explicación y justificación. No es sencillo dar respuesta a la pregunta de hasta qué punto nuestro bienestar, el individual y el de grupo, es dependiente o no del de los otros, de los demás.
Entendido como el fenómeno por el que algunos genes o individuos de la misma especie benefician a otros a costa de sí mismos, el altruismo choca de frente con el principio básico de la selección natural que es el que rige la vida. Si utilizamos palabras ya desusadas, podemos decir que beneficiar a otros a costa nuestra tropieza con el instinto de conservación. El embrollo se plantea así: si la selección natural es el proceso en el que los organismos mejor adaptados desplazan a los menos y la evolución es una lucha por la supervivencia ¿cómo se explica esa conducta que parece incrementar la expectativa de supervivencia de los demás a costa nuestra?, ¿o, cuando se sabe, por ejemplo, que los pájaros que avisan al grupo de la llegada de las rapaces suelen morir por lo que sus genes desaparecerán?
Cuando se da en términos familiares la explicación de este hecho resulta más fácil porque, favoreciendo la difusión de los genes de los parientes, está uno favoreciendo los suyos. La cosa es más difícil en el llamado altruismo recíproco que se basa en el acuerdo de hoy por ti y mañana por mí porque ¿y si luego el otro, que es un tramposo, falla a la hora de la verdad? Dicen los expertos que el juego de la supervivencia está en la tensión que se da entre los incautos y los tramposos. Pero donde el desacuerdo es mayúsculo es a la hora de explicar el tercer tipo de altruismo, el que se da en el grupo pero entre desconocidos.
La resonancia de todas estas cuestiones está en ver cuáles son las condiciones biológicas y sociales básicas que a una sociedad, un grupo, le permiten sobrevivir y prosperar. Porque en averiguar esto nos va la vida y la existencia.
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