Como propio de su naturaleza, los dioses ya existían con anterioridad, desde que existen los humanos. Lo que ha brotado en estos tiempos que corren es lisa y llanamente una nueva iglesia. No una secta, que eso es algo más trivial, sino una iglesia, iglesia civil por supuesto, pero con los mismos ingredientes e idénticos elementos de toda sociedad que se llame y defina así.
Según cuenta Rousseau, todo empezó cuando a un primer individuo, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió decir “esto es mío” y encontró a gentes lo bastante simples como para hacerle caso. Después, siguiendo el mismo discurso, vino lo de que un hombre necesitó de la ayuda de otro y se dieron cuenta de que era ventajoso que uno tuviera provisiones para dos, lo que dio origen a la propiedad. A partir de ahí pues ya se sabe: cuando se anuncia un despido masivo en una empresa, la consecuencia inmediata es que sus acciones se disparan hacia la locura. Pero éstas son, dicen, las reglas de juego.
Bien es verdad que hacía tiempo que ciertas mentes sensatas y privilegiadas habían sugerido que el llamado Estado de Bienestar debía ser revisado en algunos de sus supuestos y sobre todo en algunas de sus consecuencias porque había indicios de que, por su uso y su abuso y también porque las cosas se desgastan, se estaban estropeando algunos mecanismos importantes y ya se sabe, es mejor prevenir que curar. Pero una cosa es eso y otra la que se ha montado, que a lo que se ve puede durar indefinidamente, hasta que no quede un duro. Mientras se esté cediendo a las exigencias de los dioses y haya una iglesia apoyándolos, mientras el provecho siga creciendo pues para qué suspender la presión, ¡ancha es Castilla!
Ha aparecido una nueva forma de entender la vida y de mover las acciones humanas, un nuevo pensamiento único, una nueva ideología. Una iglesia con sus dogmas, liturgia, sermones y oficiantes. Una iglesia que se pretende de filiación obligatoria si no queremos que nos convierta en merecedores de castigos tan terribles que ni se pueden pensar, incluida la sonrisa de superioridad de los ungidos, dispuestos a declararnos ignorantes plenos. Mientras, los políticos, transformados en autoridades (sólo los de una parte de Europa occidental, por cierto), se han convertido en monaguillos de esa nueva iglesia hasta el punto de que se han olvidado de que la gente tiene que comer. ¡Cualquiera lo dice! Los oficiantes y ungidos de esa nueva iglesia los declararían réprobos y pecadores, los excomulgarían de por vida y los echarían al infierno, naturalmente al de Dante.
La nueva y única política posible, el único dogma y mandamiento, dice que hay que hacer todo aquello que calme a los todopoderosos, sea lo que sea y por más duro y cruel que parezca, sin límites y sin ningún miramiento. Es decir, temerás a los dioses sobre todas las cosas y harás lo necesario para que no se enfaden. ¿Y también hay que amarlos? En un reportaje sobre Corea del Norte el periodista preguntaba a un ciudadano de a pie si el régimen de su país era un dictadura. El coreano respondía muy tranquilo: ¡claro que no! Fíjese que ni siquiera tenemos que amar al querido líder.
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