Metidos en el trajín de la vida, (lo mismo da que sea ésta plácida o desdichada, serena o acelerada) no nos queda más remedio que encajarnos en el engranaje de la realidad que tenemos delante sin más historia ni pamplinas y en el convencimiento de que las cosas son como son. No nos queda otra alternativa para no quedarnos fuera de juego. Y así lo mismo preguntamos si ya ha salido el Sol; opinamos que el color del vestido del que está al lado es atractivo o una calamidad; hablamos de ayer y de mañana; vemos agrupaciones ordenadas o en desorden en cualquier espacio; y estamos convencidos de que, cuando nos vamos a la cama, la mesa del comedor permanece todo el tiempo en su sitio como la dejamos. Es lo cotidiano, lo habitual, el escenario en el que se mueve la existencia y al que no podemos renunciar si no queremos que nos internen en algún siquiátrico.
Pero, claro, si preguntamos a algún científico, a alguno de los muchos especialistas que tendrían algo que decir sobre estas certezas y estas rutinas, nos desmontarían todo el sistema de convencimientos en el que nos movemos y que manejamos. Bien es verdad que hay cosas que ya sabemos de sobra, porque incluso las hemos estudiado desde pequeños y forman parte del acervo común, como que, aunque nos de la impresión de que es al revés, no es el Sol el que se mueve sino nosotros, la Tierra: otra cosa es que por costumbre o por comodidad sigamos hablando como lo hacemos.
El asunto sin embargo se puede empezar a complicar cuando nos aseguran los entendidos que, fuera de nuestra mente y nuestro pensamiento, en verdad, por ejemplo, los colores no existen, tampoco el espacio ni el tiempo y los objetos no forman figuras geométricas; que todo eso solo son modos como nosotros interpretamos el mundo; que lo que en realidad ocurre es que nuestro cuerpo se ve afectado gracias a los que llamamos sentidos (hay muchos más de cinco) que son receptores o terminales que transforman los estímulos físicos o químicos que nos llegan, como la luz o el sonido, en impulsos nerviosos que el cerebro organiza e interpreta. Y con eso construimos nuestra realidad, la de cada uno, la de cada especie viva. No hay una realidad universal, la misma para todos: hay desde seres vivos que ven todo en blanco y negro a especies que lo único que escuchan son los ultrasonidos. Las cosas son como las percibe cada especie viva, aseguran los profesores y los libros de bachillerato ya en los primeros días de clase.
Y si todo esto de conocer la realidad es complicado de por sí, la cosa se está poniendo mucho peor con técnicas como la nanotecnología. O la “realidad virtual”, que es el ejemplo más claro de cómo nuestra especie es capaz de crear otra existencia paralela y ajena a la que nos entra por los sentidos que, dicen, está ganando la partida. Ahora el último grito en esto de inventar presencias y situaciones que está conmoviendo la ciencia, la técnica y la vida es lo que llaman la “realidad aumentada”, un nuevo sistema de conocimiento que permite estar al cabo de la calle de tantas cosas que, como no las procesemos bien, nos va a volver locos.
Así es que las cosas no están para tener demasiadas seguridades.
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